Juan José Tamayo
Doutor em Teologia. Professor na Universidade Carlos III – Madri -ESP. Contato: juanjotamayo@gmail.com
Resumen: Este artículo ofrece una visión completa de la vasta bibliografía del teólogo, destacando los principales hitos de su vida y obra. En un primer momento, el énfasis está en identificar las prioridades teológicas de José María Castillo, en su crítica al modelo eclesiológico alejado de la fuente del Evangelio, considerado como una contradicción permanente en la Iglesia. Para resolver esta contradicción, Castillo señala la centralidad del Evangelio, en la palabra de Dios comprometida con la felicidad humana, anclada en la humanización de Dios.
Palabras clave: Evangelio; humanización, Jesús
Resumo: O presente artigo oferece uma visão abrangente da vasta bibliografia do teólogo, destacando os principais marcos de sua vida e obra. No primeiro momento, a ênfase se dá na identificação das prioridades teológicas de José María Castillo, na sua crítica ao modelo eclesiológico distante da fonte do Evangelho, sendo considerada como uma contradição em curso na Igreja. Para sanar essa contradição, Castillo indica a centralidade do Evangelho, à grafia de Deus comprometido com a felicidade humana, ancorada na humanização de Deus.
Palavras-chave: Evangelho; humanização, Jesus
A lo largo de sus noventa y cuatro años el teólogo José María Castillo no parece que hiciera caso a su madre quien, a propósito de una pregunta de su hijo de seis años sobre la explicación que dio la maestra doña Luisa en la escuela en torno al misterio de la Trinidad, le dijo: “Pepito, en eso no se piensa”. Seguro que habrá seguido otros sabios consejos de su madre y que esta sabrá perdonarle que en este caso no haya seguido su recomendación. Porque, ciertamente, Castillo ha pensado el misterio de la Trinidad, pero no a través de las “procesiones” y “circunmisesiones” de la neoescolástica, sino como experiencia comunitaria y solidaria de Dios, sobre todo del Dios de Jesús de Nazaret, el Cristo liberador y del Espíritu de vida y libertad.
Su larga e intensa vida ha sido un permanente ejercicio de pensamiento crítico, no iconoclasta, sino constructivo, no repetitivo, sino creativo, no cerrado al futuro, sino en busca de alternativas. Tal modo de pensar y de creer, inseparable de su modo coherente de vivir, le supusieron no pocos sinsabores de parte de la jerarquía eclesiástica como la expulsión de la cátedra en la facultad de Teología de Granada y la censura de varios de sus libros, que le llevaron a abandonar la Compañía de Jesús a los 78 años.
Tal actitud queda patente en su libro de Memorias. Vida y pensamiento (2021), en el que ofrece lúcidas reflexiones sobre sus experiencias vitales e intelectuales y sus vivencias políticas, sociales y religiosas en los diferentes momentos de la historia de España por los que transitó durante su largo itinerario: la dictadura de Primo de Rivera, época en la que nació (1929); la II República (1931-1936); el golpe militar de Franco contra la República, apoyado y bendecido por la jerarquía católica (con alguna excepción), que dio lugar a una guerra (in)civil (1936-1939), que los obispos españoles calificaron de cruzada; la larga dictadura franquista, legitimada por la jerarquía católica; el fin de la dictadura y la transición a la democracia, en la que el episcopado español no se sintió de todo cómodo por la pérdida de algunos privilegios que erróneamente creían que eran.
En el libro de Memorias recorre la historia de la Iglesia católica bajo los ocho Papas que conoció: Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, quien lo recibió en el Vaticano y con quien se sentía en plena sintonía. Especialmente crítico se muestra con los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, que gobernaron la Iglesia católica de manera autoritaria, represiva con los teólogos y las teólogas disidentes y a espaldas del Concilio Vaticano II, ellos que participaron en dicho Concilio reformador, el primero como obispo y el segundo como asesor teológico. Años después fueron ellos los responsables del freno a las reformas conciliares y los que alentaron la involución eclesial que duró un tercio de siglo.
La formación teológica doctoral en la Universidad Gregoriana en Roma durante la celebración del Concilio Vaticano II dejó una profunda impronta en su vida y en su teología. En Roma conoció a los grandes teólogos convocados por Juan XXIII como peritos conciliares: Rahner, Congar, Chenu, Danielou, Schillebeeckx, Jungmann, que tanto influyeron en su pensamiento. Sus libros sobre la Iglesia se inspiran en estos autores y están marcados por el espíritu reformador de aquel Concilio. Entre ellos cabe citar: La alternativa cristiana (Sígueme, Salamanca, 1978) y el que publicamos conjuntamente La Iglesia en España (2005).
Tras la defensa de la tesis doctoral volvió a España, “con una espina clava en el alma”, según confesión propia, y era “el convencimiento palpable de la contradicción en que vive la Iglesia […], pues enseña (o pretende enseñar) exactamente lo contrario de lo que vive. Y es el clero, lo digo sin rodeos, el que lleva la batuta de esta enorme orquesta ruidosamente desafinada” (2021, p. 62).
Castillo ejerció la docencia teológica en prestigiosas facultades y universidades: Facultad de Teología de Granada, Universidad Gregoriana, Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), de San Salvador, donde el batallón Atlacatl del Ejército Salvadoreño asesinó a seis jesuitas y dos mujeres en 1989, y la Universidad Pontificia de Comillas, donde fue profesor mío a comienzos de la década de los setenta del siglo pasado sobre el sacramento del sacerdocio en una sociedad secularizada. ¡Excelente y muy desmitificador curso!
Desde finales del siglo XX hasta mediados de la década del siglo XXI dirigió numerosos cursos en el Centro Mediterráneo, institución de difusión cultural de la Universidad de Granada, quien le concedió el doctorado honoris causa. La Facultad de Teología de Granada, regida por la Compañía de Jesús, a la que pertenecía Castillo, le expulsó sin darle razones de dicha actuación. La Universidad pública de Granada le premió con el doctorado. ¡Qué paradoja! Otra más en la que vive instalada la Iglesia católica.
Desde entonces, y a lo largo de más de cincuenta años, mantuvimos estrechos lazos de amistad, colaboración y sintonía, que duraron hasta su fallecimiento. El lugar de más intensa y larga colaboración fue la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII, de la fue cofundador, vicepresidente, uno de los miembros más activos y conferenciante en los Congresos organizados por dicha Asociación. Aparte de los encuentros en la Asociación Juan XXIII participamos juntos en numerosos congresos, jornadas y mesas redondas en España y América Latina. Otro lugar de encuentro fueron los cursos del Centro Mediterráneo, en los que participé en numerosas ocasiones.
Castillo se mostró muy crítico con el clericalismo en plena coincidencia con el papa Francisco, de las prácticas mágicas de no pocas manifestaciones cultuales religiosas, incluidas las cristianas, del alejamiento de las instituciones eclesiásticas del Evangelio de Jesús de Nazaret, y llamó la atención sobre la contradicción en la que vive instalada la Iglesia católica pues “enseña lo contrario de lo que vive”. La incoherencia eclesiástica es, sin duda, una de sus críticas más certeras y que más conflictos le provocaron.
Muy claras fueron opciones fundamentales y sus prioridades teológicas: el Evangelio frente a la religión; la defensa de la humanización de Dios y de la humanidad de Jesús de Nazaret frente a su mitologización; el seguimiento del Jesús histórico y el proseguimiento de su causa frente a la imitación de Cristo y a la obediencia al Código de Derecho Canónico; la espiritualidad liberadora para insatisfechos frente a la ascética mortificadora del cuerpo; el compromiso social en los lugares de marginación frente a la integración del cristianismo en el sistema; la teología popular (no populista), vinculada a las comunidades de base y elaborada desde el dolor y el sufrimiento de las víctimas, frente a la teología sin compasión ni entrañas de misericordia; la conciencia crítica frente al sometimiento clerical a la institución eclesiástica; la libertad de conciencia frente a la obediencia ciega al magisterio eclesiástico; la opción ético-evangélica por las personas y los sectores más vulnerables de la sociedad frente al interclasismo que privilegia a las clases acomodadas; la defensa de los derechos humanos en la Iglesia frente a su sistemática transgresión, incluso en el Código de Derecho Canónico muy alejado del evangelio[1]; la denuncia profética de las injusticias tanto en la sociedad como en el seno de la Iglesia frente a la cómoda instalación en el sistema; la defensa de la igualdad entre hombres y mujeres frente a la discriminación de estas en la organización eclesiástica jerárquico-piramidal patriarcal; la defensa de la democracia en el seno de la Iglesia.
A continuación, voy a ofrecer una reflexión sobre algunos de los temas centrales de su pensamiento, en concreto: Dios y la felicidad humana, la humanización de Dios, la humanidad de Jesús de Nazaret, Dios y la felicidad, mentalidad sacrificial y olvido del sufrimiento humano y la Iglesia y los derechos humanos.
Uno de los fenómenos más peculiares del actual clima socio-religioso es que junto a la crisis profunda de Dios se está produciendo un fuerte auge de la religiosidad, a través de los nuevos movimientos religiosos, cofradías, peregrinaciones, devociones marianas, etc. Las imágenes de la Virgen, del Cristo doliente o de los santos, por ejemplo, tienen más capacidad de convocatoria que Dios mismo. A su vez, en el imaginario colectivo de no pocas personas cristianas Dios aparece como un ser todopoderoso y terrible, justiciero y vengativo, que castiga a los malos y a los buenos si se descuidan.
Se trata de una imagen forjada durante siglos por la teología dogmática, transmitida a través de la catequesis parroquial e inculcada desde los púlpitos. A Dios se le asocia con frecuencia con el sufrimiento, la represión, el miedo y las prohibiciones de todo lo bueno que tiene la vida. Esa imagen tan sádica y peligrosa hace difícil, por no decir imposible, la felicidad de quienes creen en él.
En su libro Dios y nuestra felicidad (2002) analiza, con maestría exegética y rigor teológico, originalidad y honestidad intelectual; las distintas tradiciones judeo-cristianas que han dado lugar a dicha imagen y que localiza en el Dios de los fariseos, en cuyo nombre se cargan fardos pesados sobre las espaldas de los demás y, peor todavía, “se devoran las casas de las viudas so pretexto de largos rezos”, en el Dios de la Iglesia o de la religión, colocado tan alto que solo es accesible para los jerarcas convertidos en seres divinos, y en el Dios del teísmo político, que legitima los abusos de poder de quienes dicen representarlo en la tierra. Castillo va deconstruyendo esas tradiciones a través de la hermenéutica de la sospecha.
Tras la deconstrucción, rastrea otros textos del Nuevo Testamento más en sintonía con la felicidad y el disfrute de la vida, hasta encontrar al Dios de Jesús, que se funde con lo humano. Castillo formula su tesis con total nitidez: “La religión y sus preceptos dejan de tener sentido y obligatoriedad cuando la religión se utiliza para causar sufrimiento o para escurrir el hombro ante el dolor ajeno” (2002, p. 53). Sintoniza así con el teólogo Dietrich Bonhoeffer, quien en su Ética defiende la felicidad como derecho inalienable que ninguna persona puede reprimir. Jesús no llama a una nueva religión, sino a la vida. Así se pone de manifiesto en los relatos evangélicos. En base a esos textos que relacionan a Dios con la vida y la felicidad de los seres humanos, es como hay que repensar la moral cristiana. Así la repiensa el teólogo Castillo en este libro. Ahí radican su originalidad y su honestidad intelectual.
Dirigentes religiosos y expertos en lo sagrado han deshumanizado a Dios y lo han presentado como autoritario, violento, justiciero, vengativo, dueño de vidas y haciendas, señor feudal, excluyente, imágenes todas ellas que están grabadas en el imaginario social de creyentes y no creyentes, y que llevan a alejarse y a no querer saber nada de él.Tales imágenes fueron quizá las que llevaron a Nietzsche a considerar el concepto cristiano de Dios, “es uno de los conceptos más corruptos a que ha llegado en la tierra; tal vez represente incluso el nivel más bajo en el nivel descendente del tipo de dioses. ¡Dios, degenerado a ser la negación de la vida, en lugar de ser su transfiguración y su eterno sí!”.
Como respuesta a tamaño falseamiento de Dios, Castillo muestra con rigor argumental que la principal y más original aportación del cristianismo a las tradiciones religiosas de la humanidad es que Dios se humaniza en Jesús de Nazaret, que en Jesús “se despojó de su rango y se hizo como uno d nosotros”, que al Dios de Jesús no se le encuentra en la divinidad, ni en la trascendencia, sino en la humanidad y la inmanencia (2012).
Dios se encarna no en lo religioso, lo santo o lo sagrado, sino en lo humano, pero no en la humano en abstracto, que ha dado lugar a un falso y clasista humanismo cristiano, sino en la humanidad sufriente y doliente, humillada, maltratada, herida. Este tipo de encarnación lleva derechamente a luchar contra toda forma de deshumanización en el mundo, especialmente la que genera esclavitud, opresión y negación de la dignidad.
Para demostrarlo Castillo hace un recorrido por algunas de las mejores tradiciones teológicas y místicas del cristianismo, desde Pablo de Tarso y su teología del “vaciamiento” de Dios (Flp 2,6-11) hasta Rahner y Paul Tillich, y se detiene de manera especial en san Juan de la Cruz, que escribió un bellísimo poema sobre Dios sin citar una sola vez a Dios, y en el Maestro Eckart, que escribió: “Por eso le pido a Dios que me libre de Dios”.
El centro del cristianismo no es Dios, sino Jesús: un Jesús, que, hablando religiosamente, no es propiedad del cristianismo, ni pertenece en exclusiva a los cristianos, y menos aún a la Iglesia, sino que puede ser considerado “patrimonio de la humanidad”. En plena sintonía con el teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer, ejecutado por el nazismo en el campo de concentración de Flossenbürg en abril de 1945, asevera que Jesús no tuvo intención alguna de fundar una nueva religión y que el cristianismo es un “movimiento no-religioso”. Pues bien, la humanización de Dios lleva derechamente a humanizar la teología. Tareas ambas que llevó a cabo ejemplarmente Castillo a lo largo de su vida nonagenaria en sus escritos y su docencia.
Asimismo, la humanización de Dios en Jesús, concluye Castillo, “ha sido y sigue siendo el principio y la fuerza que vence la deshumanización de quienes conceden más importancia a la religión, con sus poderes, honores, dignidades y observancias. Y así también la humanización de Dios en Jesús nos enfrenta a todos con la única tarea que de verdad importa: que seamos más humanos en verdad, sencillez, honradez y transparencia. Sólo así tiene sentido la vida. Y sólo así quienes tenemos creencias religiosas podemos considerarnos ‘salvados en la esperanza’ de un futuro en el que la vida vence incluso a la muerte” (2012, p. 359).
Con su propuesta, sólidamente argumentada desde el punto de vista teológico y bíblico, Castillo no está aislado, sino que se encuentra en plena sintonía con la imagen del Deus humanissimus de Edward Schillebeeckx, perito del Concilio Vaticano II junto con Karl Rahner, Hans Küng e Yves M. Congar, y una de las figuras más influyentes en la teología y en la Iglesia desde una hermenéutica creativa, y con la afirmación de Leonardo Boff, uno de los principales cultivadores y referentes de la teología de la liberación: “humano como Jesús de Nazaret solo Dios”. Que nadie se sorprenda con estas afirmaciones, ya que no entramos en el terreno de la herejía, sino en la misma entraña de Dios, al menos del Dios del cristianismo jesuánico, que es el “Dios humanizado”, el Dios “kenotizado”, el “Dios humanizado”.
La apología de lo divino ha llevado con frecuencia a las religiones a minusvalorar, e incluso a negar, lo humano. Las religiones han caminado con frecuencia en dirección contraria a lo humano hasta el punto de que hay personas muy religiosas que en sus comportamientos son inhumanas. Algo similar sucedió en la historia del cristianismo y en la teología cristiana con la persona de Jesús de Nazaret, de quien se aceptó sin dificultad su divinidad y se cuestionó y puso entre paréntesis su humanidad, se afirmó el Cristo de la fe en demérito del Jesús histórico.
En La humanidad de Jesús (2016) Castillo cree que tal planteamiento constituye una grave desviación de la relación entre lo humano y lo divino y un desenfoque en la relación entre la divinidad y la humanidad del fundador del cristianismo. Como respuesta alternativa afirma que solo se llega a alcanzar la plenitud de lo divino consiguiendo la plenitud de lo humano y que solo podemos pensar a Dios, acceder a él y encontrarnos con él desde nuestra humanidad. Esa fue la experiencia de Jesús de Nazaret y la dirección del camino que trazó a sus seguidores: encontrar a Dios en todos y cada uno de los seres humanos con quienes nos encontramos en la vida.
La mayoría de las iglesias y de las teologías cristianas viven obsesionadas con el problema del pecado, que colocan en el centro de la moral, y se olvidan con frecuencia de los sufrimientos de los seres humanos. Como hicieron los amigos de Job, llegan incluso a establecer una relación causal entre pecado y sufrimiento, y a dar a este un sentido redentor. Tal planteamiento está muy presente en el imaginario de muchos cristianos y cristianas y de otras personas que, más allá de las creencias religiosas, consideran sus sufrimientos consecuencia de su mal comportamiento, y en esa medida los justifican y terminan por soportarlos resignadamente, sin luchar por aliviarlos.
Cuando en este imaginario entra la culpa –cosa que sucede con frecuencia-, se dejan sentir los efectos negativos en el plano psicológico. ¿Resultado? Conciencias invertidas, vidas destruidas, presas del sacrificio y "víctimas del pecado". Y todo ello con la complicidad de las instituciones religiosas. A estas situaciones son aplicables las palabras de Nietzsche: ver sufrir produce bienestar, hacer sufrir, más bienestar todavía, hasta convertirse en una auténtica fiesta.
Ésta es la trama de Víctimas del pecado (Trotta, Madrid, 2004), donde Castillo desenmascara la mentalidad sacrificial y culpabilizadora del sufrimiento vigente en la moral cristiana tradicional, a través de un análisis crítico muy riguroso de algunas de las más importantes tradiciones del Nuevo Testamento, entre ellas la de Pablo de Tarso. Y lo hace desde una lectura liberadora, en sintonía con la interpretación no sacrificial del cristianismo del antropólogo René Girard, teniendo como referencia los estudios sobre el pecado, el miedo y la culpa en Occidente de Jean Delimeau y con la ayuda, obligada en este caso, del Nietzsche de La genealogía de la moral.
Lo que Castillo descubre en este análisis es la existencia de una teología del sacrificio y de la expiación, que considera la sangre como condición necesaria para la salvación. Una teología presente en las cartas del apóstol Pablo, quien habla del sentido expiatorio de la muerte de Cristo. Dios entrega a la muerte a su Hijo para redimir a la humanidad de sus pecados.
Tal imagen de Dios no puede ser más monstruosa: es lo más parecida a la de Moloc, divinidad cananea que exigía el sacrificio de niños para aplacar su ira. Más aún, la violencia de Dios contra su Hijo se presenta como la manifestación de su amor a la humanidad. Sin sangre no hay remisión posible de los pecados, como tampoco salvación. Este modo de pensar y de vivir a Dios impone miedo, provoca rechazo, lleva derechamente a la incredulidad o, mejor, a la increencia y, en definitiva -añado yo-, a su negación. No puedo por menos que preguntarme con Jean Delimeau si este planteamiento no constituye una de las causas de la "descristianización" de Occidente durante la Modernidad.
Castillo contrapone esta imagen sanguinaria de Dios y la interpretación sacrificial de la muerte de Cristo a la experiencia humana y religiosa de Jesús de Nazaret, cuya preocupación fundamental no se centra en el pecado ni en el sacrificio, sino en la felicidad de los seres humanos y, por ende, en liberarlos de sus sufrimientos. Mira por dónde Jesús de Nazaret y Epicuro, considerados tan distantes en ideas y estilo de vida, coinciden en lo fundamental.
El mensaje de Jesús se resume en la máxima "misericordia [compasión] quiero, no sacrificios" (Mt 9,15), tomada del profeta Oseas. La mejor síntesis de la enseñanza de Epicuro son sus propias palabras: "Vana es la palabra del filósofo que no remedia ninguna dolencia del ser humano”. Castillo entendió muy bien este mensaje y lo formuló con nitidez y convicción en el libro citado, que puede contribuir a liberar no pocas conciencias atormentadas. Quizás sea acusado de epicúreo. Pero la acusación habría que extenderla al propio fundador del cristianismo. Y no como demérito, sino para honra suya. Los teólogos haríamos muy bien en aplicarnos tanto las palabras de Epicuro como las del Nazareno.
Existe un viejo contencioso histórico de las religiones con los derechos humanos. Generalmente no los respetan en su seno y, a veces, ni siquiera ven con buenos ojos su práctica en la sociedad. Tal es, sin duda, la razón por la que las religiones están sufriendo una profunda crisis, más aún, un creciente descrédito, al tiempo que la cultura de los derechos humanos cuenta con el reconocimiento y la aceptación mayoritarios en el mundo. No es de extrañar, por tanto, que el agudo humorista español El Roto en una viñeta del diario El País pusiera en boca de Dios la siguiente declaración de apostasía: “He decidido darme de baja de todas las religiones”.
¿Qué sucede en la Iglesia católica? ¿Cuál es su actitud ante los derechos humanos? En su libro La Iglesia y los derechos humanos (2007) Castillo responde a estas preguntas con amplia documentación y convincente argumentación, analizando las patologías y ofreciendo propuestas razonables de solución en perspectiva evangélica. La patología más importante es que la Iglesia católica funciona sobre la base de la sumisión, no del derecho, se mueve en el paradigma de los deberes y de las obligaciones, expresadas generalmente en negativo (prohibiciones).
Las personas creyentes no son consideradas sujetos de derechos, sino pecadores que deben cumplir las órdenes dictadas por Dios a través de sus representantes en la tierra, todos varones. Por eso puede llegar a reconocer los derechos humanos en la sociedad, si bien recortados, pero los incumple en su interior, incurriendo así en una contradicción.
La primera distorsión que subraya Castillo es el doble estatuto de la Iglesia católica: es religión y Estado. El papa, su máximo dirigente, es líder espiritual y jefe de Estado. Pero no jefe de un Estado democrático, sino un dirigente que posee la plenitud de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. El papa, dice el Código de Derecho Canónico, tiene potestad suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia sobre todos los fieles (canon 331).
No cabe apelación ni recurso contra una sentencia o un decreto del Romano Pontífice. Si alguien osara recurrir al Concilio Ecuménico o al Colegio de Obispos contra un acto del papa, debería ser castigado con penas que van desde la excomunión a la suspensión a divinis pasando por el entredicho.
No existe, por tanto, límite o correctivo alguno a la autoridad papal, tampoco separación de poderes. En consecuencia, el Vaticano no es un Estado de derecho, sino, como dice Castillo, “la última monarquía absoluta que queda en Europa. Lo que equivale, en la práctica, a la anulación de los derechos (y garantías pertinentes de sus súbditos)”.
Se produce así una “inversión de derechos”, que se manifiesta en todos los campos de la vida de la Iglesia católica. El libro se centra en tres: la esclavitud, el colonialismo y la discriminación de las mujeres. La esclavitud fue defendida durante siglos por la Iglesia católica apelando infundadamente a todo tipo de argumentos: bíblicos, teológicos y filosóficos y especialmente a las cartas paulinas. El propio Tomás de Aquino la consideraba necesaria “por la utilidad que de ello se sigue, ya que es útil que un hombre sea regido por otro que es más sabio que él”. ¿Más sabio o más pdoeroso?
El colonialismo fue otra práctica contraria a los derechos humanos apoyada por los papas, por ejemplo, por Nicolás V, que hizo donación de todos los reinos de África al rey de Portugal, reiterada por León X, Pablo III y por Alejandro VI, que concedió a los reyes de España y Portugal “la potestad, la autoridad y la jurisdicción” de apropiarse del “oro, las aromas y otras muchísimas cosas preciosas” de las tierras descubiertas o por descubrir.
El tercer ejemplo de inversión de los derechos humanos en la Iglesia católica, todavía vigente hoy, es la marginación de las mujeres, que se pretende fundamentar antropológica, bíblica y teológicamente así: Jesús no eligió a mujeres entre “los doce”, ni las ordenó sacerdotes. Para Tomás de Aquino, la mujer es inferior al hombre (es un varón imperfecto, decía siguiendo a Aristóteles) y constituye un constante peligro de seducción sexual. Son razones consideradas suficientes para negar a las mujeres su reconocimiento de sujetos morales, eclesiales y teológicos y justificar su invisibilidad, su exclusión de las funciones de responsabilidad y su capacidad de representar a Jesús.
Tal modo de argumentar no se sostiene ni antropológica, ni bíblica, ni eclesialmente. Carece de fundamentación antropológica porque hombres y mujeres poseen la misma dignidad y son sujetos de derechos. No tiene fundamentación en la Biblia hebrea porque, según el relato del Génesis, Dios crea al ser humano como hombre y mujer y ambos son imagen y semejanza de Dios. Tampoco puede fundarse en la Biblia cristiana, ya que Jesús de Nazaret crea un movimiento igualitario de hombres y mujeres. No tiene fundamento eclesiológico, ya que hombres y mujeres son iguales por el bautismo, y la discriminación que sufren en la Iglesia contradice dicho principio.
Las religiones teístas en general ponen por delante los derechos de Dios sobre los de los seres humanos, sitúan la divinidad por encima y en contra de la humanidad y apelan al poder religioso como justificación para negar y limitar los derechos humanos. A partir de aquí Castillo, Castillo se plantea una pregunta muy coherente: si Dios pone en los seres humanos aspiraciones buenas y razonables y reconoce nuestra dignidad y nuestros derechos, como la dignidad, cómo puede luego privarnos de su ejercicio.
Pero Castillo(2007) no se resigna. Propone soluciones basadas en la experiencia comunitaria del cristianismo primitivo y en la práctica democrática de las sociedades modernas. El reconocimiento de los derechos humanos en la sociedad y su ejercicio en el interior de la comunidad cristiana y el compromiso solidario con los derechos de los pobres contribuirían a devolver a la Iglesia católica parte de la credibilidad perdida. “El problema más grave que se le plantea hoy a la Iglesia no es la falta de fe, ni la crisis de las prácticas religiosas […], ni la secularización de las costumbres, ni el laicismo que tanto preocupa a obispos y clérigos en general. El problema más grave es que se ha quedado atrás en este proceso de preocupación por las víctimas. Una preocupación traducida en derechos de todos los individuos por igual y a nivel universal”.
La vida y el pensamiento de José María Castillo en armonía constituyen una de las más más lúcidas aportaciones para la construcción de otro mundo, otro cristianismo, otra teología, otra Iglesia son posibles ¡y necesarios!
CASTILLO, José María. Memorias. Vida y pensamiento. Bilbao: Desclée de Brouwer, 2021.
CASTILLO, José María. La alternativa cristiana. Salamanca: Sígueme. 1978.
CASTILLO, José María; TAMAYO, Juan José. La Iglesia en España. Madrid. Trotta,. 2005.
CASTILLO, José María. Dios y nuestra felicidad. 3.ed. Bilbao: Desclée de Brouwer. 2002.
CASTILLO, José María. La humanización de Dios. Madrid: Trotta .2012.
CASTILLO, José María. La humanidad de Jesús. Madrid: Trotta .2016.
CASTILLO, José María. La Iglesia y los derechos humanos. Bilbao: Desclée de Brouwer. 2007.
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[1] Para un recorrido por las diferentes etapas de su vida, cf. José María Castillo, Memorias. Vida y pensamiento, prólogo de Pedro Miguel Lamet, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2021.