Alexandra Carrión
Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Contato: acarrion221@puce.edu.ec
Carlos Ignacio Man Ging
Doctor en Literatura pela Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Contato: carlos.manging@gmail.com
Resumen: Estamos inmersos en una sociedad marcada por dependencias y apegos que coartan la libertad y conducen a la persona a un sinsentido, no es menos usual hablar de estas realidades en el ámbito afectivo juvenil. Dependencias que lastiman e impiden un verdadero camino de crecimiento. De ahí la importancia de iluminarlas con el reflejo de las relaciones intratrinitarias, un amor auténtico, de relación, que trasciende y penetra todo. Este quiere ser un itinerario libre, que da paso a un amor puro, que edifica e impulsa al joven a encontrarse consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios. Para este quehacer nos serviremos de la metodología de investigación acción participativa, con el método ver, juzgar y actuar. Dicho procedimiento nos acerca a los hombres y mujeres en sus heridas y potencialidades y nos desafía a ser testimonio vivo del amor Trinitario.
Palabras clave: Relaciones intratrinitarias; afectividad; amor; jóvenes; dependencia
Abstract: We are immersed in a society marked by dependencies and attachments that restrict freedom and lead the person to nonsense, it is not less common to talk about these realities in the adolescent affective field. Dependencies that hurt and prevent a true path of growth. Hence the importance of illuminating them with the reflection of intratrinitarian relationships, an authentic love, of relationship, that transcends and penetrates everything. This wants to be a free itinerary, which gives way to a pure love, which builds and drives the young person to find himself, with others, with nature and with God. For this task we will use the participatory action research methodology, with the see, judge and act method. This procedure brings us closer to men and women in their wounds and potentialities and challenges us to be living witnesses of Trinitarian love.
Keywords: Intratrinitarian relationships; affectivity; love; youth; dependency
Unos de los desafíos actuales de nuestra Iglesia que peregrina en Latinoamérica es “valorar el protagonismo de los jóvenes en la comunidad eclesial y en la sociedad como agentes de transformación”(CELAM, 2021). Esta tarea, sin duda, promueve una cultura de mayor cercanía que valore, cuide, eduque y potencie la vida de los jóvenes. Ellos, nos dirá el santo Padre, “buscan su camino, quieren volar con los pies y miran el futuro con ojos de esperanza, llenos de sueños e ilusiones”(Papa Francisco, 2019, p. 81).
El presente trabajo se ha realizado en el marco de la elaboración de la tesis de la maestría en investigación teológica realizada en la Facultad de ciencias filosófico-teológicas de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Ha sido un recorrido muy cercano por la vida de los jóvenes y las hermanas religiosas que caminan junto a ellos. Se ha utilizado el método investigativo cualitativo, ver, juzgar y actuar, enriquecido con las entrevistas directas y personales a los jóvenes y religiosas que los citaremos en el transcurso de nuestro trabajo.
Un grato ideal es abordar la vida del joven en su totalidad, sin embargo, aquí se realizará un sencillo acercamiento al ámbito afectivo de manera integral. Es un tesoro en vasijas de barro, muchas veces herido y subestimado, pero que puede ser iluminado y acompañado por el amor Trinitario, que guarda la plenitud y riqueza que deberían alcanzar nuestras relaciones. Un amor que trasciende, oblativo y que conquista el corazón. Para esto abordaremos en primer lugar la afectividad, en particular la teoría de los apegos, de manera particular en los jóvenes. Un segundo aspecto se iluminará el caminar desde la experiencia de amor apoyados en autores como san Francisco de Sales, Amedeo Cencini y Alessandro Manenti, cuya fuente está presente en las relaciones intratrinitarias y finalmente socializaremos propuestas hacia un amor sin dependencias.
En este primer apartado centrará la mirada en el término afectividad, luego se citará de manera sencilla la teoría del apego y algunos extractos de las entrevistas con los jóvenes y hermanas religiosas que entrarán en diálogo a lo largo del desarrollo del trabajo.
Hacer alusión al término afectividad implica palpar la riqueza que el ser humano guarda en su interior y se manifiesta de múltiples maneras. Sin embargo, no es desconocido el poco valor e importancia que se le otorga, precisamente por los cambios propios de la edad o por el contexto que influye y marca la vida de los jóvenes. También, es penoso ver como se promueve una “afectividad sin comunidad y sin compromiso con los que sufren” (CV184)(Papa Francisco, 2019, p.110) Por tanto, es preciso hacer un acercamiento a este término y conocer su valor e importancia.
Ignace Leep (2016) habla de la afectividad como una capacidad universal, es decir presente en todas las personas, pero en distinta dimensión, es posible considerarla como una fuente que alimenta el inicio de relaciones humanas. Cabe señalar que esta capacidad impulsa a vivir la afectividad más allá de movimientos realizados por inercia. (p.10).
Desde un ámbito interdisciplinar dirá la psicología que la afectividad es una cualidad del ser que se caracteriza por la capacidad que tiene la persona de experimentar las realidades exteriores y aquello que ocurre en lo más profundo de la persona.(Quintanilla, 2003)
Diez Canseco (2011) cita a santo Tomás de Aquino que considera que la afectividad humana ha sido creada para ser penetrada por la razón, expresión que permite reconocer que se puede pulir, educar, moldear, encauzar la afectividad y todas sus manifestaciones.
Se puede mencionar que la afectividad es una zona intermedia, entre el sentimiento y la razón, o entre las funciones propiamente sensitivas y las espirituales o racionales. Desde este punto, los animales poseen sentimientos, pero se diferenciarían en que la persona es capaz o debería serlo de controlarlos” (Yepes,1996). De ahí que Quintanilla (2003) hablará de la posibilidad de una afectividad inteligente o de una inteligencia emocional, es decir una inteligencia que muchas veces puede ser afectada por los sentimientos y lo que brota del corazón y también de una afectividad matizada por la racionalidad.
Para concluir los distintos aportes para este término se menciona que la afectividad es una aptitud o capacidad de sentir y promover los afectos. Cuando se habla de afecto, quiere decir el sentir intenso del ánimo conmovido hacia un objeto que favorece un bien o lo obstaculiza. Este afecto designa un acto, una actitud de placer, de benevolencia, de devoción, de adhesión, de gratitud, de altruismo, pero no se excluye de su significado los sentimientos de odio, de ira, de desprecio, de antipatía, entre otros.
Además, el afecto presenta una naturaleza particular, que ayuda a deducir que la afectividad es diferente del instinto, de la tendencia, del sentimiento, de la emoción y de la pasión. Tiene estrecha relación con estos componentes, pero se distingue de ellos. Es interesante tener en cuenta que la afectividad es distinta de la amabilidad, la afectuosidad, o riqueza de sentimientos y de la emotividad.
Al adentrarse al mundo de la afectividad, parecería que nada tendría que ver con el ámbito espiritual, al contrario, la afectividad, nos lo dirá Ancilli (1987) tiene su resonancia en el campo religioso. Dado que la religión compromete a todo el hombre, al proporcionar respuesta para todas sus exigencias vitales, es indispensable que los contenidos religiosos constituyan una afectividad religiosamente normal y equilibrada.
Las personas más dotadas de afectividad son las más disponibles para la religión cristiana, es necesario que la afectividad sirva a la religión y no la domine, sino es así resultaría una religión ficticia y confusa, de tendencias raras e inquietas. La afectividad ayuda al inicio y a la perseverancia del ritmo heroico que lleva a la voluntad a buscar el ideal de perfección y al cumplimiento de obras grandiosas. La afectividad ofrece la ventaja de un interés por el Cristo evangélico, para que se torne amplia, vivaz y penetrante y lleve a la persona a un encuentro personal que tiene su cumbre en la perfección cristiana, el cielo.
Un aporte brindado por Katty, una joven entrevistada, confirma que esta afectividad bien utilizada da paso a un itinerario de compromiso con el Señor, desde las edades más tempranas hasta el deseo de brindar el tiempo más valioso al servicio del Señor.
“Primero formé parte de infancia misionera y cómo llegué como a lo último del ciclo de infancia, ahí ya me invitaron a la pastoral como tal, en ese entonces era todavía niña salesia o sea éramos solo mujeres. También terminé mi confirmación y muchas veces sentía la necesidad de no quedarme ahí con el tema del catecismo, sino quizás compartir más, en algún grupo juvenil o hacer alguna otra actividad dentro de la Iglesia”. (Entrevista a Katty 11/10/21)
Cabe mencionar que dentro de este mundo de la afectividad son importantes los cambios que la persona sufre y con mayor precisión cuando se habla de los jóvenes. Hay que saber que los afectos poseen un dinamismo misterioso, acciones y reacciones se oponen, se neutralizan, se favorecen, se sobreponen y todas las alternativas buscan un equilibrio que permita a la persona una normalidad de comportamiento consigo mismo y con el entorno. La afectividad se va constituyendo y también puede sufrir cambios profundos por el factor social, las relaciones interpersonales, factores internos y externos.
Los cambios no anulan lo que constituye el individuo, sino más bien se confirma su unidad en la diversidad. Es preciso recordar que las transiciones que el joven experimenta en su vida son únicas e irrepetibles, esto es precisamente lo que motiva para que se las vivan con pasión. (Guardini, 2011). La juventud, como todas las otras etapas, tiene su valor, sus dificultades y oportunidades para crecer y moldear al hombre y mujer que se quiere llegar a ser. Hay necesidad de comprender su mundo interior y motivarlo para que su corazón no se contamine de una cultura individualista y autorreferencial que les lleva a experimentar la soledad y el abandono.
La afectividad en la vida del joven no es algo estático, sino que es marcada por la transición en todo sentido. El CELAM (2013) nos dirá que en la actualidad hablamos de afectividad fragmentada por todas las corrientes y ambientes de la sociedad que lastiman la vida del joven. Lamentablemente, no se menciona solo agentes externos al joven, los medios tecnológicos, las políticas de género, leyes aprobadas que condicionan la libertad, además hablamos de la misma familia que se ha convertido en un lugar de discordia, violencia y maltrato en todos los niveles.
Dentro de esta afectividad fragmentada se hará hincapié sobre los apegos o dependencias tan usuales en nuestro mundo y de manera particular en el mundo juvenil, las llamadas relaciones tóxicas o el mismo término de intenso/a es el reflejo de estos apegos desordenados. Para esto se permite abordar el tema de la teoría de los apegos, con la ayuda del autor Jhon Bowlby.
La teoría del apego es una “forma de conceptualizar la propensión de los seres humanos a formar vínculos afectivos fuertes con los demás y de extender las diversas maneras de expresar emociones de angustia, depresión, enfado cuando son abandonados o viven una separación o pérdida". John Bowlby (1998).
Se menciona tres aspectos del apego (Moneta, 2014):
1. La primera relación del neonato con su madre o con un cuidador principal es el primer caso de apego que supone ser perseverante y receptivo a las señales del pequeño.
2. El apego es un itinerario que no culmina en el momento del parto o la lactancia. Es un proceso que sirve de base para todas las relaciones afectivas en la vida y para todas las relaciones entre miembros de la misma especie.
3. El apego hacia personas que son especiales y se ha creado un vínculo de unión nos acompaña toda la vida, sean estos padres, maestros o personas con las cuales hemos construido relaciones sanas y de amistad.
Se podría hablar de apegos seguros, que hablan de una madurez, por ejemplo, los jóvenes que viven una experiencia de familia con sus amigos, como narra Katty, joven de la Pastoral juvenil Salesia.
“una manera más de relación social, se podría decir, que encuentras a personas que para ti se vuelven muy especiales, que, aunque las encuentras una vez a la semana, te sientes muy cerca de esas personas, porque sabes que comparten algo más de lo de fuera o sea es algo más que se comparte y eso la verdad te llena y sientes que estás dentro de una familia” (Entrevista a Katty, 16/10/21)
Por otro lado, también está el apego inseguro que causa carencias afectivas, de ahí se explica el por qué hay personas que viven y buscan una afectividad desordenada. Es posible percibirlo en algunos chicos, su sufrimiento y dolor, por ejemplo:
“como cualquier joven en el área sentimental se podría decir, es difícil llevar mi relación con la pareja y a decir no cuando tengo que decir no, a valorarme más como mujer y realmente darme cuenta que esa persona en ese momento no era para mí y que a pesar del enamoramiento debo renunciar a esa persona y no guardar rencor, no guardar odio, ni nada de eso”. (Entrevista a Daniela 10/10/21)
En la actualidad, se habla de la teoría del apego en las relaciones de padres a hijos, si el cuidador se presenta de manera estable, segura y continua, esto puede asegurar un desarrollo cognitivo y mental adecuado y sano. Es interesante reconocer que las repercusiones de dicha cercanía serán importantes en todo el arco evolutivo de la persona. Sin embargo, la adolescencia y la juventud son etapas que evidencian con mayor claridad apegos fruto de relaciones autónomas y auténticas con sus padres y que brindan mayor confiabilidad en las relaciones de amistad y de enamoramiento. Así como también casos opuestos, de apegos no sanos que hacen del adolescente y joven preocupado, ambivalente, autosuficiente, inseguros, es decir, hay un desajuste emocional y comportamental. (Oliva, 2011, p. 55).
No podemos negar que la adolescencia es una etapa que se caracteriza por los problemas de relación dificultades entre padres e hijos, entre iguales, con la pareja, hay disminución de cercanía, de diálogo y de empatía, somos testigos del estereotipo que se ha creado ante la famosa edad del “burro” donde el joven aparentemente no aporta nada, ni entiende nada. No obstante, esta realidad es comprensible que el adolescente busca autonomía o “refleje el choque entre la necesidad de apoyo parental en un momento crucial en el que tienen que afrontar muchas tareas evolutivas, y la exigencia de exploración que requiere la resolución de dichas tareas”(Oliva, 2011, p. 57).
Cuando se habla de la relación entre iguales se aborda relaciones que son fruto de un distanciamiento con los padres, más de uno ha hecho experiencia de encontrar jóvenes que prefieren estar horas con los amigos que en su casa. Se abre un paréntesis, sobre la importancia de las comunidades juveniles en las que los jóvenes pueden encontrar pares que favorezcan su crecimiento y nos sean un obstáculo, se cierra el paréntesis. Las relaciones de pares satisfacen la búsqueda de proximidad y de apoyo emocional que tienen los jóvenes y eso les lleva a fomentar relaciones emocionalmente fuertes. Es posible citar a la amistad, como diría un gran filósofo “es lo más necesario en la vida, es una virtud o acompaña a la virtud” (Aristóteles. 8,1,111a)
Se hace referencia al testimonio de Dayana, una joven que ha vivido estas experiencias de cercanía con sus pares, de hecho, han sido su fortaleza en los momentos difíciles.
“o sea yo lo siento tal cual una familia, no es como un grupo en el que así eres mi amigo de la Iglesia y ahí ya, siento que se ha ido formando una familia y son los chicos que puedo contar en cualquier momento de mi vida, ya sea con los chicos de Milagro, como los chicos de otras pastorales. Con los que he hecho amistad, pues sí he podido sentirme bien, sentirme cómoda, sentirme en confianza y más que todo sentir como que ese calorcito de hogar”. (Entrevista a Dayana 11/10/21)
En la relación de pareja, Scharf, M. & Mayseless (2001) menciona que hay tres funciones: Primero, contribuye al adolescente a mejorar los lazos con los padres y a conseguir cierta autonomía emocional. Segundo, es una experiencia en relaciones igualitarias que le va a preparar el camino para el comienzo de las relaciones de pareja. Y, tercero, va a suponer una diversificación de la inversión emocional en distintas figuras de apego, lo que puede resultar muy útil en situaciones de estrés.
No hay que olvidar que también es posible palpar la presencia de experiencias de apegos negativos en la infancia que ocasionan la inestabilidad de los adolescentes y jóvenes también en las relaciones entre iguales y en pareja, carencias afectivas que se vuelven una piedra de tropiezo que impide que el joven viva en libertad y sencillez. De ahí que es de suma importancia, valorar las relaciones en todas las edades de la persona, somos un misterio ante el cual no es posible omitir el asombro y descubrir que todo tiene su porqué y el para qué.
Se ha realizado un breve acercamiento al término afectividad, su estudio nos permite cuestionarnos: cómo la utilizamos, cómo la vivimos y qué o quién nos puede orientar. Es necesario un pilar, una fuente que nutra la afectividad y las realidades referentes a la misma. De ahí que se habla del misterio de las relaciones intratrinitarias un campo que asombra por su sencillez y al mismo tiempo por su complejidad. Un misterio insondable pero que ha sido revelado por Jesús, un misterio dinámico y a cuya imagen ha sido creado el hombre y la mujer. Hablar de relaciones intratrinitarias es hablar del corazón de la Trinidad, el corazón de Dios. Este amor Trinitario se ve reflejado en un amor trascendente, oblativo y que llega al corazón.
Se plasmará un pequeño acercamiento a las relaciones trinitarias y luego aportes significativos de autores como san Francisco de Sales, el doctor del amor, Amedeo Cencini, en su obra por amor, con amor y en el amor y Alessando Manenti.
La carta del apóstol san Juan dice: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 9-10). Un amor que no se improvisa, es un amor que tiene su fuente en la Trinidad. “El Padre es el eterno amante; el Hijo, el eterno amado; y el Espíritu Santo es el amor eterno. Únicamente desde el Amor trinitario podemos y debemos contemplar y comprender la altura y la profundidad de la vocación al amor” (Serra, 2016, p. 31 )
Para hablar de las relaciones intratrinitarias se utiliza el término “perichoresis” usado por san Juan Damasceno en el siglo VII- VIII, fue traducida por los teólogos latinos como circumincessio en el caso de san Buenaventura y circuminsessio por el Aquinate. Hallet (2009), habla de este término que traduce las ideas de movimiento, danza en forma envolvente, penetración, hacer espacio, ceder el lugar, pasar el uno y el otro y contener. Precisamente es el amor aquel motor que dinamiza las relaciones intratrinitarias, un amor que se comunica en el interior de las tres personas divinas, pero se manifiesta de manera generosa hacia la creatura humana, haciéndola participe de su vida divina.
La comunidad desde sus primeros inicios ha sido testigo de la presencia Trinitaria que ha marcado un camino de discipulado y entrega. Dentro de los Padres de la Iglesia, encontramos un primer testimonio en la Didaché, cuando se hace referencia a la Santa Trinidad: “ Bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en agua viva” (Quasten, 2001, pp. 38-39). Este documento guarda su gran valor por ser de la época post apostólica. En los primeros siglos es muy apreciable el testimonio del martirio de san Policarpo (s. II) y su plegaria que recuerda las fórmulas litúrgicas, de manera particular por su doxología trinitaria precisa y que muestra desde los inicios de la Iglesia, la fe en un Dios Uno y Trino.
“Señor Dios omnipotente… yo te alabo y te bendigo y te glorifico por mediación del eterno sumo sacerdote Jesucristo, tu siervo amado, por el cual sea la gloria a Ti con el Espíritu Santo, ahora y en los siglos por venir. Amén”(Quasten, 2001, p. 87).
Es significativo el aporte de San Ireneo de Lyon (140 d.C.- 202 d.C.) quien proclama con claridad la fe en la Trinidad, un Solo Dios Padre, un solo Señor Jesucristo y en el Espíritu Santo. Es muy importante el testimonio de San Ireneo sobre dicha doctrina ya que es predicada y creída por todas las Iglesias del orbe, es fruto de una reflexión antes del Concilio de Nicea
“El Verbo, o sea el Hijo, ha estado siempre con el Padre, de múltiples maneras lo hemos demostrado. Y que también su Sabiduría, o sea el Espíritu estaba con El antes de la creación”. (Ireneo de Lyon, Contra las herejías IV,20,3)
Esta presencia Trinitaria continua a ser faro ardiente que nos muestra a un Dios en salida, mencionaremos autores que nos comparten su experiencia del dinamismo del amor divino.
San Francisco de Sales, Obispo y doctor de la Iglesia, “reconcilió la herencia del humanismo con la tendencia hacia lo absoluto propia de las corrientes místicas”.(Papa Benedicto XVI, 2011). En su obra el tratado del amor de Dios nos explica que “el amor es el deslizamiento e inclinación del corazón hacia el bien”. (Sales, 1984, p. 53) Nos dirá san Francisco que el amor antecede al deseo, porque la persona desea lo que ama; antecede al gozo porque se deleita en lo que ama, antecede a la esperanza porque espera en el bien que se ama, antecede al odio porque se odia lo contrario a lo que se ama y todas las demás pasiones y afectos tienen su fuente en el amor. (Sales, 1984, p. 43)
San Francisco, antes de hablar del amor, hace referencia a la voluntad, la misma que se mueve por sus afectos, el amor es considerado como el móvil que pone en marcha todos los demás afectos y produce los movimientos del alma. Sin embargo, es la voluntad la reguladora de su amor, de ahí la necesidad de educar la voluntad, pues ella elige lo que quiere. El Doctor del amor presta mucha atención en un camino hacia Dios que parte del saber reconocer está tendencia natural, que está grabada en el hombre, aunque este sea pecador, a amar a Dios sobre todas las cosas. También hace referencia a la unión con Dios y el hombre con imágenes de Padre, Señor, Amigo, también con características maternales. Este gran santo nos invita a vivir la perfección de la Caridad, pues Dios nos atrae hacia él con vínculos de amor, es decir, con verdadera libertad, ya que el amor no tiene forzados, ni esclavos. Es este amor se convierte en una vertiente de caridad que está atenta a las necesidades de los demás, nuestro santo también lo llama “éxtasis de la vida y de las obras” (Sales, 1984, p. 400).
Para Cencini (1999), es importante recordar que la “Trinidad es la fuente y el ideal de su amor” (p. 668), un amor incansable, en el que cada uno es el mismo aunque tenga estrechas relaciones con el otro. Es un amor que trasciende, aprende de los errores y límites y penetra en la libertad afectiva. Amar desde la Trinidad implica dejarse amar, amar y ser amor. Para el autor en mención el amor debe conducir a la persona a ser agradecida y precisamente esto crea libertad, fundamento de las relaciones interpersonales. Amar en libertad como Jesús es tener la capacidad de morir y de abajarse. La libertad es fruto del saberse amado y por tanto la capacidad de entregarse a sí mismo. Al contemplar al Padre creador, el amante, nos cautiva un amor fontal y gratuito, un amor de benevolencia, siempre toma la iniciativa, se anticipa, no se detiene ante el rechazo, no espera respuestas, no condiciona ni espera reconocimientos. Se habla de un amor personal, creativo y dinámico. Finalmente, el Espíritu, el amor, que circula entre el Padre y el Hijo, un amor con mucha vitalidad. “Quien así ama es libre en sí mismo, pero también es libre de sí mismo”. (Cencini, 1999, pp. 745-747). Este amor crea amistad, es belleza y signo de la posibilidad de algo nuevo que renueva todo lo que se presenta en el camino de la vida.
Por su parte Manenti (1983) hace referencia a los distintos tipos de comunidad, expone la necesidad de “transformar la relación en un amor oblativo y desinteresado: conducirse mutuamente no orientándose el uno hacia el otro sin más, sino hacia la alianza con Dios y hacia el seguimiento de Cristo. (p. 23) Nos hablará de una trascendencia desde el amor, no se nos habla de romanticismos, sino un amor que es capaz de discernir las necesidades personales y de las otras personas. Continua el autor en mención sobre los conflictos, que son fracturas que siempre estarán presentes, lo importante es saber afrontarlas, de manera que sea para cada persona una oportunidad de crecimiento. El amor no debe sacar de la realidad, al contrario, introduce a la persona en ella y la motiva a mirar desde otra óptica. El amor busca afrontar los problemas, nos desde el silencio que reprime, sino desde el diálogo que se abre a nuevas posibilidades. Un amor que llega al corazón de la persona.
“Estamos hechos para amar”, dirá el Papa Francisco (2016) (AL129) en su exhortación apostólica Amoris Laetitia. Esta afirmación recuerda cual es el origen y meta del ser humano. San Agustín solía decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de la Trinidad, es decir un Dios amor, y un amor que se hace visible, porque se comparte. También el amor marca el itinerario del día a día, el empeño, los desafíos y metas, un amor desde la libertad. A continuación, se presenta unos aspectos que son importantes en este empeño de formar y vivir un amor sin dependencias que esclavizan y empobrecen.
a) Reconocer que nuestro origen es la Trinidad, estamos hechos para crear, estar y fortalecer la familia - comunidad.
Es importante partir de nuestro origen, una experiencia familiar y comunitaria, de amor, de la Trinidad. En el camino de la vida cristiana es el Bautismo en el que nos introduce en la vida de gracia y en el cual cada hombre y mujer se asocia a Cristo de manera ontológica, una unión que nada ni nadie nos puede separar. Dirá al respecto Forte (1988) “El Bautismo como acontecimiento por medio del cual se entra en el misterio Trinitario y en el cual la Trinidad entra en la historia de la persona y de la comunidad para tomar posesión de ella” (p. 56). Estamos ante una dinámica de amor que nos enseña a ser dóciles y dejarnos envolver por la Trinidad, que siempre tiene la iniciativa y al mismo tiempo impulsa un camino en salida, ir hacia las periferias existenciales, donde la vida clama una presencia de escucha y acogida.
Cencini (1999) hace referencia a la vida trinitaria en donde se da un movimiento inagotable, “un desplegarse y recogerse en el amor que lleva a cada una de las tres Personas a trascenderse hacia la otra, reencontrándose en ella, en un acto de libertad plena y soberana” (p. 668)
Contemplar y ser parte de esta danza de Dios, de interrelación en la que interactúan las tres Personas Divinas debe marcar las relaciones. Se habla de formar parte de una comunidad y es precisamente la familia la primera comunidad que marca la vida de la persona. Los apegos seguros son frutos de una familia que contribuye de manera sana la vida del joven. Por tanto, es la Trinidad el origen y meta de nuestra vivencia comunitaria y familiar y la que nos motiva a tener relaciones sin dependencia.
b) Acoger la singularidad de cada persona desde la dulzura y promover la caridad.
Se insiste en la meditación sobre la Trinidad, un solo Dios, pero tres personas iguales y distintas, iguales por su esencia, y distintas por sus relaciones. Afirmación que ha tenido su itinerario de aceptación, asimilación y recuperación de lo que verdaderamente significa para los cristianos. Es interesante que en nuestras relaciones se de paso a la aceptación de la otra persona con su singularidad y no por la obligación de una sociedad que impone vivir la tolerancia. Acoger implica salir de sí mismo, valorar la presencia del otro con su riqueza y con sus debilidades y dar paso a un amor al otro desde Dios, el amor donado es caridad.
Además, la acogida tiene el tinte de la dulzura, una virtud que nos dirá san Francisco de Sales nos hace agradables a los ojos de Dios, es la flor de la caridad, mirar en el otro la presencia de un Dios que crea, redime y santifica. La dulzura invita a un trato amable, un diálogo sencillo y sereno, a un encuentro con el otro en libertad. Esto es clave al iniciar una relación para alimentarla, conservarla y enriquecerla.
El tema de la individualidad o singularidad es muy importante por eso la insistencia en la unidad que supera toda distinción y da paso a la verdadera y auténtica caridad que reconoce y crea comunión. Es posible verlo reflejado en la Santa Trinidad. “Si el amor es distinción, no por eso deja de ser unidad; la historia divina supera la distinción en la infinita profundidad de la comunión trinitaria” (Forte 1988, p. 111).
c) Reconocer las debilidades, potenciar los dones y crecer hacia la plenitud.
La experiencia de Dios Trinidad, permite contemplar a un Dios, sumo bien, suma bondad, suma perfección y mientras más nos deleitamos en la bondad de Dios, más podemos conocernos y reconocernos creaturas suyas. Es significativo que dicho conocimiento de la realidad no genere victimismo o subestima personal o comunitario, sino que es una posibilidad para propiciar un camino de humildad, de sencillez y de optimismo y emprender nuevos retos. Es importante que una relación sana y madura sea un lugar de aceptación, de reconocimiento, pero sobre todo una oportunidad para buscar un crecimiento mutuo.
Nos dirá el Papa Benedicto XVI (2010) “Podemos comprendernos a nosotros mismos en la acogida del Verbo y en la docilidad a la obra del Espíritu Santo. El enigma de la condición humana se esclarece definitivamente a la luz de la revelación realizada por el Verbo divino” (VD6) Esta verdad es sin duda un camino iluminador para nuestras relaciones.
d) Crear relaciones auténticas
Uno de los anhelos que tiene cada joven es encontrar un mejor amiga o amigo, confidente, quien le manifieste cercanía y le otorgue seguridad y confianza, más aún si en el hogar son víctimas de maltrato y abandono. De ahí la urgencia de que el joven no solo encuentre una estabilidad en las relaciones, sino más bien sea protagonista y creador de relaciones sanas, verdaderas, auténticas en el tiempo. Una fuente de inspiración de amor verdadero está en la Trinidad de ahí que podemos recordar siempre que la fuerza del cristiano está en saber que puede apoyarse en una relación de tres personas que se aman: la Trinidad como nos lo decía Valdés (2000).
La vida Trinitaria señala que el verdadero amor “no ofrece algo al otro, sino que se ofrece a sí mismo, supone en esta misma autocomunicación, una autodistinción y autolimitación. Es más, el amante se deja afectar del otro; se hace vulnerable en el amor (Forte 1988, pp. 109- 110). Las relaciones verdaderas son donación de sí mismo y hacen a la persona que ama sensible ante el dolor, el gozo, el triunfo y derrota del otro. Es vital abrir paso al “amor promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana”(Benedicto XVI, 2005).
Es posible fomentar relaciones auténticas, sin dejarse condicionar por experiencias dolorosas suscitadas a lo largo de la historia. Hay mucho por edificar y construir, lo importante es dejarse ayudar, sanar las heridas, y caminar con la mirada en Dios que sale al encuentro, que ha capacitado a la persona para cosas grandes y brinda su gracia para potenciarlas. Es indispensable que el joven viva con pasión la relación consigo mismo, con los otros, con la naturaleza, con Dios.
A lo largo de este sencillo trabajo se insiste que hablar de la afectividad en el mundo juvenil es una labor extensa, pero que sin duda permite un acercamiento a lo más preciado de la persona. Estamos en una sociedad que cambia de manera acelerada y que nos deja impresionados pero abiertos a una variedad de desafíos.
Ha sido interesante redescubrir que este tesoro solo se lo puede descubrir y custodiar desde el amor Trinitario, un amor que se revela, se entrega, trasciende, sana, fortalece e impulsa a crear relaciones auténticas, sin dependencias que lastimen.
Las experiencias de San Francisco de Sales traen a colación que todo está precedido por el amor. Un amor que se deja guiar por la voluntad y la libertad. Es decir, un amor que no es libre no se lo puede llamar amor. Para este gran santo de la amabilidad es imprescindible considerar que el amor lo trasforma todo, lo embellece todo. Por su parte Cencini exhorta a vivir un amor que trasciende, que siempre va más allá, que impulsa a estar en movimiento, como Dios, siempre en salida. Y Manenti dirá que es importante propiciar relaciones como un espacio para difundir el amor oblativo y que es capaz de perder, de ganar, de ofrecer, etc.
Amar desde Dios debe impulsar a reconocer el origen y la meta, desde la experiencia de familia como comunidad, no somos personas aisladas, al contrario, salimos, formamos y aportamos a la comunidad. Además, es importantísimo acoger la singularidad de cada persona, no solo como un medio, sino con la firme convicción de que somos únicos e irrepetibles, desde la dulzura y caridad, el plus de una espiritualidad que hace del amor algo concreto. Un punto clave para el crecimiento es el reconocer las debilidades, potenciar dones y finalmente crear, que no se improvisa, al contrario, se construye relaciones auténticas.
Finalmente, hay que tener la valentía de difundir en el mundo juvenil de palabra y de obra que es necesario la docilidad del corazón para un amor que sana, que fortalece y sobre todo que nos hace auténticos y capaces de construir una civilización de amor, de encuentros libres y sanos.
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