El mito del origen de la “miseria” relatado en la novela Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes: un paralelo con la realidad actual
The myth of the origin of the “misery” told in the novel of the Don Segundo Sombra of Ricardo Güiraldes: a parallel with the current reality

Elton Emanuel Brito Cavalcante*
*Mestrado em Estudos Literários pela Universidade Federal de Rondônia (2013); Licenciatura Plena e Bacharelado em Letras/ Português pela Universidade Federal de Rondônia (2001); Bacharelado em Direito pela Universidade Federal de Rondônia (2015); Especialização em Filologia Espanhola pela Universidade Federal de Rondônia; Especialização em Metodologia e Didática do Ensino Superior pela UNIRON. Atualmente é professor da Universidade Federal de Rondônia - UNIR. Contato: elton400@hotmail.com
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Resumen
Este trabajo busca analizar un cuento mitológico que se encuentra dentro de la novela Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes. El cuento aborda el origen de la Miseria en el mundo desde una perspectiva del hombre del campo. El intento del artículo es hacer una reinterpretación del cuento basándola en una crítica a la sociedad contemporánea con respecto a las doctrinas capitalistas y comunistas en lo tocante a la prosperidad económica y el desarrollo espiritual.

Palabra clave: Miseria, mito, religión, sociedad

 

Abstract
This paper seeks to analyze a mythological tale found within the novel Don Segundo Sombra by Ricardo Güiraldes. The story is about the origin of Misery in the world from a perspective of the country man. The article’s intent is to reinterpret the story based on a critique of contemporary society with respect to capitalist and communist doctrines regarding economic prosperity and spiritual development.

Keywords: Misery, myth, religion, society.

INTRODUCCIÓN: el gaucho argentino

Don Segundo Sombra es la obra maestra del escritor argentino Ricardo Güiraldes y contiene una especie de síntesis de la polémica generada en el siglo XIX sobre las costumbres de los gauchos. Sobre estos, según Gutiérrez (1940), había dos corrientes: la de los que los veían como un estorbo al progreso argentino, por eso afirmaban que los gauchos debían ser exterminados, sea cultural o físicamente; la otra, al contrario, creía ser ellos víctimas de un Estado opresor y corrupto. ¿Pero quiénes eran los gauchos? Ante todo, se debe comprenderlos como criollos herederos de la cultura ibérica que, nacidos en los páramos argentinos y mezclándose con los indígenas, aprendieron de estos a gustar la vida alejada de las ciudades. Confiaban más en su cuchillo que en las políticas públicas gubernamentales y se mantenían presos a las tradiciones culturales conservadoras. Hombres rudos que necesitaban del llano para vivir y que no temblaban delante de las adversidades. Por lo general, tenía baja escolaridad y una devoción cristiana rústica, pero a la vez sincera, que se mixturaba con las leyendas y mitos precolombinos. A lo largo del siglo XIX, fueron acusados de causar problemas a la sociedad argentina, desde robo de ganado, peleas sangrientas y formación de pandillas. Para Loprete (1975), el mundo de ellos se revela como antítesis de las grandes megalópolis, pues, mientras estas se colmaban de las tendencias iluministas, el campo quedaba como un remanente de las ideas medievales, en donde predominaban el catolicismo, la autosuficiencia agrícola y la noción de caudillaje, tan común a la Península Ibérica desde la época del Cid el Campeador.

Paradójicamente, el gaucho fue fundamental para la coloniza-ción, pues a menudo hacía frente a las incursiones indígenas y servía como protector fiero de las fronteras. A principios del siglo XIX, fue crucial en las luchas de independencia, sobre todo con el uso de una de sus eficaces tácticas de guerra, las montoneras, cuyos líderes eran caudillos de gran prestigio. Sin tales tropas, a lo mejor San Martín y Belgrano no hubieran obtenido las victorias que lograron. En definitiva, para la colonización y las guerras de independencia el gaucho fue imprescindible. Sin embargo, durante la República, ya habiéndose amansado el indio y expulsado al español, pronto el gaucho dejó de ser visto como héroe y lo convirtieron en estorbo no más. Sarmiento (1973), por ejemplo, les decía vagabundos y responsables por mantener Argentina anclada en el pasado. Por eso, este autor se utilizaba de la revolución educacional para cambiar la mentalidad campesina de los gauchos convirtiéndolos en gente “civilizada”. Y cuando la educación no había resuelto el problema, Sarmiento incitaba a sus compatriotas a que extinguieran a los gauchos a la brava. Este pensamiento estaba en mayor o menor grado en otros intelectuales argentinos. Esteban Echeverría (2004), por su turno, describe como la Buenos Aires del dictador Juan Manuel de Rosas estaba bajo el salvajismo gaucho. El autor demoniza a los gauchos por su rudeza y aversión a los valores de la Ilustración. Así que, por lo general, prevalecía la noción de que en el “caudillaje” y el “gauchaje” estarían la esencia misma de los problemas del país, pues, aunque durante la guerra de independencia habían sido los gauchos excelentes soldados, en tiempos de paz no poseían el ingenio para la industria, porque se distinguirían más “por su amor a la ociosidad y su incapacidad industrial.” (Sarmiento, 1973, p. 10).

Lo extraño es que, en el mismo periodo, algunos escritores del Romanticismo realzaban el valor de sus naciones volviéndose al pasado precolombino. En España, Alemania, Portugal, Italia, por ejemplo, durante el siglo XIX, la figura idealizada del caballero medieval era habitual en la literatura, pues se hacía necesario enaltecer el Estado nacional por medio de sus héroes patrios. Para Gutiérrez (1940), tal tendencia vino a América y, como allí no hubo una Edad Media en los moldes europeos, los escritores románticos latinoamericanos intentaron sustituir la ausencia del caballero medieval por tipos regionales, es ahí que entran el indio y el gaucho como representantes de las naciones americanas emergentes. La intención era que estos héroes nacionales ayudasen a consolidar el proceso de independización de los países. En Brasil, el escritor José de Alencar describió al gaucho (2007) y el indio (2003) como llenos de honor y valor, poniéndolos como verdaderos héroes nacionales. Por su turno, en Argentina surgió el Martín Fierro de José Hernández (1930), cuyo intento fue el de combatir a Sarmiento. Hernández le quería demostrar que las acciones violentas de algunos gauchos eran provocadas por el total abandono que el Estado se les imponía. Así, Hernández le pide en las interlineas que el Estado no se vuelva la espalda a esa clase de gente tan marginalizada. Lo cierto es que ambos parecían estar en lo correcto. Los gauchos descriptos por Sarmiento eran sí la causa del retraso argentino hasta cierto punto, pues hacían de las suyas y muchos vivían del robo y de peleas constantes; sin embargo, había los que simplemente eran víctimas sociales, que buscaban salir de la situación de pobreza, pero no había nadie que les echara la mano.

Ese conflicto entre el campo y lo urbano, entre lo culto y lo inculto tendrá una fusión en Don Segundo Sombra, de Guiraldes (2007), en lo cual el gaucho es descrito sin las pasiones de los escritores susodichos, pues, a pesar de la dura vida de los reseros gauchos, Guiraldes no les da la fama de salvajes como lo quisiera Sarmiento, ni tampoco de hombres victimizados por la sociedad, como lo quisiera Hernández. Son los dos a la vez. Ni ángeles ni demonios, hombres no más. En suma, el gaucho es el valiente que lucha, a veces por tonterías, pero también es el que reflexiona sobre la vida, que no reclama sin razón, que sabe cuándo atacar y recular y que sabe vivir también en paz espiritual. Esta es la fiel imagen descrita del protagonista de la novela, Don Segundo Sombra, el cual es el prototipo del gaucho macho y brioso, pero sencillo y religioso. La novela traza detalladamente sus hazañas, sobre todo cuando resuelve apadrinarse de un joven huérfano, que huye de la casa de sus tías para acompañarlo. El narrador es el joven, que cuenta las peripecias de su juventud al lado de Don Segundo. Sus andanzas, usanzas, sus amoríos y decepciones. En determinado tramo de la novela, Don Segundo, al darse cuenta de que su joven pupilo está disgustado y triste, se le propone contar una historia para que le cobre ánimo. Es una anécdota corta, cuya moraleja se basa en el mito del surgimiento de la miseria en el mundo, es una historia dentro de otra. La intención de Güiraldes es claramente demostrar la riqueza de la cultura popular y como ella es capaz de ser creativa y entretenida a la vez. Así que el objeto de este artículo es analizar minuciosamente las sutilezas del cuento intentando sustraer los mensajes en las interlíneas y compararlos con las realidades político-sociales actuales.

1. El mito del origen de la “miseria”

En líneas generales, el cuento puede ser trazado de la siguiente forma: Jesús y el apóstol Pedro iban por una carretera, el primero encima del lomo de un burrito, mientras el segundo iba de a pie. De pronto, se rompió la herradura a la bestia, lo que los obligó a buscar una herrería. El dueño de esta se llamaba Miseria, viejo haraposo que, aunque sin darse cuenta de la divinidad de los dos, se dispuso a ayudarles, por lo que se puso a procurar por la tapera una herradura, sin, empero, hallar ni huellas de esta. Ya disgustado y con algo de vergüenza de no poder ayudar, se dispuso a decirles que no había forma de herrar el animal. Sin embargo, por casualidad, se deparó con una pieza de plata, con lo cual pronto la llevó al yunque a martillarla hasta transformarla en una herradura, para en seguida ponerla en el casco del animal. Terminado el servicio, Jesús le ofreció ayuda al viejo. Este, sin embargo, en tono de mofa, la rechazó, al final no veía de qué forma los dos pobres le podrían ayudar. Así, despidió a Jesús y a Pedro, los cuales pronto reanudaron la marcha. Más adelante, San Pedro le dijo a Jesús que estaba mal no pagar tan buena obra, con lo que Jesús consintió. Volvieron, entonces, y Jesús le concedió al anciano tres deseos, pero le dijo que fuera sabio al pedírselos. No obstante, Miseria le pidió tres cosas inusuales: que cualquiera que se sentara en su silla; que subiera en el nogal del patio; o que entrara en su tabaquera, solo pudiera salir con su permiso. A cada uno de esos pedidos, San Pedro le decía al anciano que pidiera el paraíso y no bienes terrenales, pero Miseria le llamaba de viejo tonto y entrometido.

Los pedidos fueron concedidos. Con todo, cuando ambos ya se habían ido, Miseria se quedó enojado con su estupidez, pues tuvo la oportunidad de ser el dueño del mundo, de atesorar grandes fortunas, pero se lo tiró todo a la basura. Así, inadvertidamente, le clama al diablo diciendo que le entregaría el alma con tal de tener juventud y mucha plata. De pronto se le aparece el ángel infernal y le ofrece un trato, cuya aceptación de Miseria es inmediata. Por lo tanto, quedó pactado que Miseria tendría dinero, mujeres y juventud por los próximos veinte años, pero terminados estos, tendría que renegar de su alma. Miseria los pasó intensamente. No obstante, transcurrido el tiempo, el diablo le apareció de nuevo. Consciente de su destino, Miseria no reclamó, pero le pidió al diablo que lo esperara un rato, mientras él se arreglaba para el viaje final. En tanto, el diablo se sentó en la silla a esperar. Cuando Miseria vuelve, advierte que el otro no podía levantarse, fue entonces que le vino a memoria los pedidos que había hecho. Le salió una carcajada, y luego habló al diablo que, en vista de la situación, habíase que pactar de nuevo, con lo que el este asintió avergonzado. En consecuencia, Miseria le ganó veinte años más y mucha plata. Animado, volvió a su vida de derrochador. Cerrado el plazo, el diablo volvió, pero esta vez acompañado de otro que le ayudaría a no caer en las trampas del herrero. Una vez más este se presentó, pero, ladino, les invitó a pasar al patio a esperarle un rato, mientras se arreglaba. En el ínterin, los diablitos viendo un nogal lleno de suculentas frutas, se subieron al árbol. Cuando Miseria retornó, los vio trepados y sonrió, por cuanto los dos tontos no podrían bajar sin su permiso, de ahí que se vieron obligados a rehacer el contrato. Más veinte años y plata a gusto.

Joven y adinerado, el hombre volvió a las suyas. Pero, acabado el periodo, el propio rey de los diablos, enojadísimo, y todo su séquito infernal vinieron a cobrar el alma. El príncipe de las tinieblas sin tardanzas le pidió el alma al herrero. Este, astuto, le retó al decir que si fuera tan poderoso como afirmaba habría de probárselo. Él diablo, herido en su orgullo, dijo que lo haría. Miseria, por consiguiente, propuso que los demás diablos fueran transformados en seres minúsculos y que enseguida entraran en la panza de su príncipe, el cual, por fin, debería cambiarse en una hormiga. El diablo todo lo hizo. En un santiamén el herrero le agarró al insecto y lo puso en la tabaquera, pues de allí no saldría sin permiso. En aras de complacerse, Miseria a diario le pegaba a martillazos a la tabaquera, rellena de diablos. Así, la maldad del mundo quedó encarcelada, con lo que ya no perjudicaban a nadie más. Sin embargo, muchos profesionales que vivían de las desgracias de los otros se quedaron sin trabajo, de ahí que se fueron a la alcaldía a pedir auxilio. Luego, el alcalde convocó a un concilio para averiguar el fenómeno, con lo que se desvelaron las peripecias del herrero. Lo llamaron a la alcaldía, y le exigieron que se restableciera el orden del mundo. Miseria asintió y les prometió soltar a los diablos.

Pasado un tiempo, Miseria muere. Pero su alma no pudo ir al cielo, pues él había ofendido a San Pedro, el detentor de las llaves del cielo, al no elegir el paraíso, mientras pedía tonterías a Jesús. Por lo tanto, no podría quedar. Se marchó, entonces, al purgatorio, donde le advirtieron que allí solo quedaban los que estaban prestes a irse al cielo. Por fin, se fue al infierno, y los diablos, a causa de las tantas palizas que llevaron, tampoco lo quisieron. Entonces, Miseria, sin tener donde quedarse, se tornó un paria, deambulando por todos los rincones de la Tierra.

2. Religión Natural versus Religión Ritualista

El cuento comienza desvelando la religiosidad sencilla de Don Segundo Sombra, pues este dice: “- Te vi’a contar un cuento, para que se lo repitas a algún amigo cuando éste ande en la mala. […] Esto era en tiempo de Nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles” (Güiraldes, p. 164, 2007). Este espíritu religioso sin formalismos demuestra el lado manso de los gauchos. Su mundo es susceptible a lo mágico y maravilloso, el cual a menudo mezcla el cristianismo con un saber popular lleno de humor y moralejas. Y fue contra este trazo que el racionalismo científico se había levantado, pues sostenía que las leyendas y mitos distaban de las nuevas creencias advenidas de las revoluciones materialistas esparcidas por las grandes ciudades, mayormente las europeas. El racionalismo pregonaba que todo lo que no pudiera ser mensurado tampoco era digno de credibilidad. Cuando Guiraldes escribió la novela, el hombre de las grandes ciudades ya empezaba a olvidarse del vivir sencillo en el campo. Por ello, de alguna forma, Guiraldes hace una contraposición ente la ciudad agitada y el vivir tranquilo del campo, con su morosidad bochornosa y rodeada por la naturaleza, lo que implica en una visión espiritual duradera. Esa sensación también fue criticada por los iluministas. Respecto a eso, de entre los iluministas salían dos visiones distintas. La primera incita a la multiplicidad religiosa, impidiendo que cualquier religión se impusiera sobre las demás, como si fuera la única y verdadera. Así, hay duras críticas a las tres grandes monoteístas: judaísmo, cristianismo e islamismo, las cuales casi siempre son intolerantes con relación a otras religiones. La otra negaba todo tipo de religión, acercándose así a un materialismo ateísta. Los que la profesaban creían que la religión es mero mecanismo de subyugación mental, por ello debe de ser extirpada para que el hombre pueda llegar a la verdadera libertad.

Uno de los representantes de la primera corriente parece ser Sarmiento (1973). Él no pregona el ateísmo, pero divide la religiosidad en dos vías distintas: la natural y la ritualista. La primera es del hombre rudo del campo y suele ser una distorsión o sincretismo entre las religiones paganas y el cristianismo. Para Sarmiento, es sincera y representa la necesidad del hombre en buscar reanudar sus lazos con la divinidad. Sobre ella, cuenta la siguiente anécdota:

Yo he presenciado una escena campestre digna de los tiempos primitivos del mundo, anteriores a la institución del sacerdocio. Hallábame en 1838 en la sierra de San Luis, en casa de un estanciero, cuyas dos ocupaciones favoritas eran rezar y jugar. Había edificado una capilla en la que, los domingos por la tarde, rezaba él mismo el rosario, para suplir al sacerdote y al oficio divino de que por años habían carecido. Era aquél un cuadro homérico […]. Concluido el rosario, hizo un fervoroso ofrecimiento. Jamás he oído voz más llena de unción, fervor más puro, fe más firme, ni oración más bella, más adecuada a las circunstancias, que la que recitó. Pedía en ella, a Dios, lluvia para los campos, fecundidad para los ganados, paz para la República, seguridad para los caminantes... Yo soy muy propenso a llorar, y aquella vez lloré hasta sollozar, porque el sentimiento religioso se había despertado en mi alma con exaltación y como una sensación desconocida, porque nunca he visto escena más religiosa; creía estar en los tiempos de Abraham, en su presencia, en la de Dios y de la naturaleza que lo revela. La voz de aquel hombre candoroso e inocente me hacía vibrar todas las fibras, y me penetraba hasta la médula de los huesos. (SARMIENTO, 1973, 26-27)

Ante todo, no se sabe al cierto si su tono es de mofa, ironía o franqueza. Un ateo no tendría ese sentimiento de la divinidad, pero eso no quiere decir que el hombre de la cita y Sarmiento estuviesen alabando al mismo Dios. Lo que es cierto es que para él la religión natural surge espontáneamente y, en general, está ligada a la tierra, a lo rural y posee cuño tribal o de clanes no más. Eso generaría un problema grave, según el antedicho pensador, pues quien siguiera tal religión no tendría en los demás la barrera social para frenar sus actitudes, puesto que solamente las religiones yadesarrolladas podrían ayudar el hombre a vivir correctamente en el seno social. De ese modo, la religiosidad natural podría incluso ser maravillosa y bella, sin embargo, no ayudaría a disminuir la violencia o asesinatos. Según él, las pequeñas tribus eran las más religiosas pero a la vez las más brutales, pues su religión natural solo les permitía ver su clan como justo y bueno, por lo que la guerra a los demás clanes se podía justificar con una sencilla oposición entre lo bueno y malo. Así que los gauchos vivían de la misma forma, bajo el yugo de una religión sin cimientos sólidos, lo que les impediría de elevar su mentalidad al grado de una conciencia universal. Quienes escucharan de Sarmiento solamente la cita arriba, jurarían que él al menos es compasivo con la religión natural, sin embargo, si leyesen un poco más adelante cambiarían de parecer, puesto que Sarmiento acusa tal religión de ser la causante de buena parte de las desgracias argentinas:

He aquí a lo que está reducida la religión en las campañas pastoras: a la religión natural; el cristianismo existe, como el idioma español, en clase de tradición que se perpetúa, pero corrompido, encarnado en supersticiones groseras, sin instrucción, sin culto y sin convicciones. En casi todas las campañas apartadas de las ciudades ocurre que, cuando llegan comerciantes de San Juan o de Mendoza, les presentan tres o cuatro niños de meses y de un año para que los bauticen, satisfechos de que, por su buena educación, podrán hacerlo de un modo válido; y no es raro que a la llegada de un sacerdote se le presenten mocetones, que vienen domando un potro, a que les ponga el óleo y administre el bautismo sub conditione. A falta de todos los medios de civilización y de progreso, que no pueden desenvolverse, sino a condición de que los hombres estén reunidos en sociedades numerosas, ved la educación del hombre del campo. Las mujeres guardan la casa, preparan la comida, trasquilan las ovejas, ordeñan las vacas, fabrican los quesos y tejen las groseras telas de que se visten: todas las ocupaciones domésticas, todas las industrias caseras las ejerce la mujer: sobre ella pesa casi todo el trabajo; y gracias, si algunos hombresse dedican a cultivar un poco de maíz para el alimento de la familia, pues el pan es inusitado como mantención ordinaria. Los niños ejercitan sus fuerzas y se adiestran por placer, en el manejo del lazo y de las bolas, con que molestan y persiguen sin descanso a las terneras y cabras; cuando son jinetes, y esto sucede luego de aprender a caminar, sirven a caballo en algunos quehaceres; más tarde, y cuando ya son fuertes, recorren los campos, cayendo y levantando, rodando a designio en las vizcacheras, salvando precipicios y adiestrándose en el manejo del caballo; cuando la pubertad asoma, se consagran a domar potros salvajes, y la muerte es el castigo menor que les aguarda, si un momento les faltan las fuerzas o el coraje. Con la juventud primera viene la completa independencia y la desocupación. (SARMIENTO, 1973, 26-27)

Es sabido que Sarmiento era masón grado 33, y aunque muchos digan que la masonería no es una religión, lo que sí se puede decir, según Caro (1926), es que ella está llena de ritos, de personas que traban contactos intelectuales y que, sobre todo, cuestionan… Son caballeros que frecuentan tales ritos e intentan racionalizar a lo máximo las cosas, incluso la religión. En este punto, se infiere que la religión desarrollada en las grandes ciudades serviría para frenar las actitudes antisociales de sus miembros. Si así es, ¿por qué entonces Sarmiento no acepta el cristianismo católico como una buena religión, en vista de que ella es ritualista desde la cuna, siguiendo la tradición romana? Para él no solo los ritos civilizan las personas, sino el ejercicio de la tolerancia al que no se conoce. Según el pensador, toda religión que no tolera las demás es mala y conlleva un sinfín de guerras. Por lo que el catolicismo, aunque fuera una religión antigua y altamente ritualista, no dejaba de ser tribal, es decir, intolerante con los otros credos. El catolicismo para él estaba afincado en lo rural, sus bases venían de allí, por ello no se adaptaría tan fácilmente a los cambios de una civilización industrial. Su crítica no parece ser inherente al cristianismo por lo general, puesto que no habla del protestantismo. Sin embargo, aunque menos ritualistas, muchas iglesias protestantes suelen poseer casi los mismos rasgos de la iglesia católica. Entonces ¿por qué Sarmiento no critica duramente a los protestantes? Porque en aquel entonces había cierta camaradería entre protestantes y masones, en vista de que poseían un enemigo en común. El protestantismo es una forma de adaptar el cristianismo a las exigencias del capitalismo. Así, Sarmiento lo tenía provisionalmente como aliado. Hoy la cosa está opuesta, pues cada vez más católicos y protestantes parecen uniformizar sus discursos contra una ola de ideas comúnmente nombradas de “marxismo cultural”. Las iglesias protestantes eran liberales en la económica, pero conservadoras en las conductas morales, aun más que los católicos. No compartirían jamás las actitudes orgiásticas de Sarmiento, por ejemplo.

En verdad, solo se puede comprender bien las cosas que decía Sarmiento si se lo ubica en el contexto de la religión que seguía, la cual, por la época, se encontraba en la imperiosa necesidad de organizarse secretamente. Dicho autor pertenecía a una secta secreta cuyos fundamentos permitían en sus cuadros todo tipo de hombre, mujeres, creencias, incluso impíos, agnósticos, etc. Según Caro (1926), en tal secta hay un “constructor” del universo, pero este no es identificado ni con Jehová, ni con Jesús, ni con Alá, sino con el enemigo del Dios bíblico. Conforme la creencia esparcida entre ellos, Jehová había puesto el hombre en una cárcel, conocida por los cristianos como el Edén, allí el hombre vivía subyugado y no podía anhelar nada más, conque la culebra, es decir, Lucifer el ángel de la luz, de la razón, de la ciencia y tecnología, se apareció a Eva y le abrió los ojos, demostrándole que Dios no quería que los hombres vivieran como dioses, sino como esclavos. Entonces, el hombre no podría confiar en Jehová, sino que en su propia razón e ingenio. En este cuento, los humanos son expulsos del paraíso, pero Eva está encinta y va a tener un varón, Caín, pero este no es hijo de Adán, sino de la culebra. El hijo de Adán y Eva será Abel, el cual será muerto a manos de su presunto medio hermano

La visión cristiana le pone a Caín como el hombre que mató a su hermano por envidia y que por rebeldía no supo aprender a seguir las enseñanzas divinas, entregándose al mal. Pero para la secta de Sarmiento, esta revuelta contra Dios es una buena señal, puesto que los herederos de Caín, malditos por Dios, se pondrían a vivir por su cuenta sin dar satisfacciones a nadie. De manera tal que el dios de los iluministas y racionalistas es contrario a todo orden establecido donde la harmonía y el equilibrio divinos sean el sostén del hombre. Estas sectas solían ser llenas de rituales, pasando por distintos grados y pruebas, asimismo eran frecuentadas por las elites y clases medias, con lo que había una organización minuciosa, en vista de que tales sectas estaban en una especie de “guerra fría” contra el catolicismo.

Hay corrientes en la secta de Sarmiento que pregonan el ateísmo total, creen que toda religión es el opio del pueblo y que su función social es una celada de los ricos para engañar a los pobres y mantenerlos en la ignorancia. Es como si los ricos fuesen eternos y no tuviesen miedo a la muerte y que la religión no fuera un grito del espíritu pidiendo auxilio. Esta visión pregona que el hombre debe vivir por sí solo, en una igualdad y contrario a cualquier fuerza o autoridad. En muchos casos, el ateísmo de algunos está más cerca de una irreligiosidad provocada por la propia iglesia, pues algunos, cansados de siglos de un seudocristianismo apalancado por una Iglesia cuya alta cúpula no raro estuvo llena de escándalos, corrupción y orgullo, comenzaron a disgustarse de los ritos y cobranzas de dicha institución. Pero, confunden el todo con la parte, puesto que se rebelaron contra la religión en sí y no contra la institución que creían ser opresora. La religión es una tentativa de explicar el destino humano. A lo largo de los últimos trescientos años se ha deparado el hombre con la idea que la razón y la ciencia pueden reemplazar la religión, puesto que esta ya no más poseería función, en vista de que el hombre no necesitaría de los engaños de los sacerdotes, por lo que debía pasar así a encarar la vida y la muerte de forma directa. Eso torna el hombre duro e insensible a la vez. No por casualidad el siglo veinte fue repleto de chacinas indelebles…

Sin embargo, la Iglesia también estuvo repleta de corrientes que pregonaban una vuelta a las palabras originales de Cristo o asimismo una vida de pobreza y dedicación a los pobres. Pero nada pudo explicar las chacinas a lo largo de la historia, pues la mismísima Iglesia quebrantaba uno de los mandamientos fundamentales de Dios: no matarás. Con todo, el cristianismo parece no haberse equivocado en algo: el progreso endurece el corazón del hombre. No es de extrañarse que mientras más se desenvuelvan las ideas científicas, el hombre se sienta tan solo y agobiado a punto de buscar en el suicidio la resolución de sus problemas. El hombre racionalista sufre y se aburre fácilmente, lo mismo no pasa con los que tienen la religión sencilla, tan criticada por Sarmiento.

3. ¿Hay lado bueno en “miseria”?

Los vocablos “miseria” y “pobreza” no son sinónimos, pero son conceptos que se acercan bastante. Según el DRAE (1995), miseria puede ser definida como a) Estrechez o pobreza extrema; b) Tacañería o avaricia; c) Flaqueza, debilidad o defecto; d) Desgracia o infortunio. El protagonista “Miseria” posee estos rasgos, a excepción de la tacañería. No se le puede atribuir este adjetivo, dado que él ha sido diligente al ofrecerse a ayudar a dos caminantes aparentemente sin condiciones de regalarle nada. Eso se adecua con el hecho de que los que viven en la pobreza, por lo general, suelen ser más solidarios. Eso es una forma de autoprotección, pues se necesitan más el uno del otro. En las ciudades pequeñas y pobrecillas se puede mirar este fenómeno con precisión: allí prevalece una religiosidad mayor, las iglesias son más frecuentadas y el hombre está más propenso a ser caritativo. Con todo, cuando viene el ascenso económico, a menudo las personas se alejan una de las otras, cada quien pasa a cuidar de sus propios quehaceres, olvidándose de los antiguos compañeros. Además viene el temor a ser robado, por lo que uno se protege de tal forma que incluso los amigos pasan a ser sospechosos. Los vecinos dejan de ser amigos para ser competidores, cada cual buscando superar el uno al otro.

Jesús le dijo algo respecto a eso a un hombre muy rico que se le acercó pidiéndole la clave para alcanzar la vida eterna, por lo que Jesús le dijo que siguiera con ahínco todos los doce mandamientos. El hombre le retrucó diciéndole que todo eso ya lo hacía desde criatura. Entonces Jesús lo miró atentamente y le dijo que le faltaba una cosa: anda, “vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme” (Biblia, 2003). Sin embargo el joven dio marcha atrás y dijo que no lo haría. En seguida, dirigiéndose hacia sus discípulos, Jesús concluyó: “[…] Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios” (Biblia, 2003). A tales palabras, los discípulos se quedaron atónitos, pues a un judío promedio cumplir la Torá era señal de salvación, además no le pasaba que ser rico era sinónimo de ser bueno o que el pobre por el simple hecho de serlo ya podría haber logrado el paraíso, de ahí que le preguntaron al maestro quién podría salvarse, y la respuesta no podría ser más incisiva: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo” (Biblia, 2003). Es decir, la salvación está más allá de la mera voluntad humana, depende de la misericordia de Dios. Jesús creía que pronto el Reino de los Cielos vendría, que en su generación, eso si todos los hombres cumplieran la Torá. En este Reino las diferencias económicas y sociales no existirían. El hombre debería quitarse de encima el apego a las cosas materiales, por eso exigía que sus discípulos que le quisieran seguir dejasen sus familias, posesiones, amores y pasiones para dedicarse exclusivamente a la meditación y caridad.

Por consiguiente, el problema no está en ser rico, sino en confiar en la riqueza para salvarse o fijarse demasiado a ella. Y es este el fenómeno que suele acaecer cuando la gente progresa materialmente: pasa a creer que con su trabajo, con su riqueza o con la ciencia vigente obtendrá el paraíso aquí en este plano. El hedonismo viene acompañado con el deseo de aprovechar todo lo bueno que la vida puede ofrecer, entonces los que no pueden disfrutar de todo eso pasan a ser vistos como mediocres o inferiores. Eso es un divisor de aguas. No obstante, eso no conlleva la aceptación de que la miseria es una cosa buena. La pobreza a que se refiere Jesús está ubicada en el espíritu del hombre y posee como sinónimo la humildad. No basta con ser pobre y seguir a ritos religiosos para lograr la paz espiritual, hay que saber reconocer los propios errores. El mundo capitalista está lejos de saberlo, pues se basa en la riqueza material y la gente se queda cada vez más altiva y orgullosa. A su turno, el mundo comunista tampoco lo aprendió, en vista de que ha renegado de Dios y empezado a tratar al hombre como una máquina o un número cualquiera. El problema es que tanto comunistas como capitalistas se pelean y buscan desesperadamente demostrar que su pensamiento es lo mejor para la humanidad.

4. ¿La culpa es siempre del otro?

Benjamín (2009) decía que el narrador tradicional estaba desapareciendo a causa del avance de la industrialización, que exige una literatura menos mitológica, más rápida y preocupada con el pragmático. El espíritu racionalista no le da paso al mito. La literatura contemporánea culta es compleja, uno tiene que hacer malabarismos para comprender lo que el narrador quiere transmitir; por veces, no hay siquiera el enredo, los discursos se mezclan, las tramas son muy subjetivas o excesivamente preocupadas con lo del existencial, hay una escurridiza evasión que conlleva un pesimismo nihilista; hay depresión o rebelión por no poderse cambiar el orden establecido. La palabra de orden es “subversión”. La literatura dejó de ser algo entretenido, divertido y que traía una moraleja oculta para transformarse en cartel de protesta. La literatura de hoy presiona al hombre a criticar todo y a todos para llegarse a la verdad. ¿Pero cuál verdad? Los autores de hoy dicen requerir un arte puro, que busque el bello en sí mismo. No obstante, jamás se vio literatura panfletaria como la actual. Los críticos y analistas literarios siempre la analizan bajo la perspectiva de un supuesto conflicto interno: “el papel de la mujer martirizada en la obra “Y””; “la lucha de clases en el libro “X”, etc. Es como si la literatura se hubiera transformado en puro marxismo. Los críticos son sabelotodo, pero pocos son los que leen sobre filosofía, historia, sociología, antropología, etc.; por lo general, se atan a una corriente teórica que limita una visión panorámica del todo social. Eso de alguna forma es el reflejo de la mala interpretación de Wellek y Warren (2003), quienes intentaron hallar los métodos ideales para los estudios literarios. Ellos dividieron los estudios literarios en dos grandes bloques, los extrínsecos y los intrínsecos. Los primeros dicen respecto al externo, al contexto socio-político del autor, la filosofía, psicología; en cuanto a los segundos, analizan la obra en sí misma. A partir de ellos, surgió la idea de que los estudios intrínsecos deben prevalecer sobre los extrínsecos. Muchos desde entonces, se reniegan a hacer un estudio basándose en los elementos extrínsecos, por lo que el análisis a veces carece de profundidad histórica, filosófica, etc. Quieren dar aires de ciencia a la crítica literaria, sin embargo no logran, pues la literatura jamás será una ciencia. Leer algunos libros hoy es algo para determinados grupos específicos que acepten de antemano las ideas del autor. No es como otrora que la gente empezaba a leer un libro tal como lo hacía el Don Quijote, leer para entretenerse, divertirse, soñar.

Al contrario, según Barrera (2003), la literatura popular no se preocupa en agradar al canon vigente o decir cosas agradables solo para mantenerse en lo políticamente correcto. Al revés, con todo bromea, hace chismes y chistes. Una de las armas del pueblo es la risa y la carcajada, pues con ellas es capaz de destruir cualquier discurso autoritario. Moliere dijo que ningún discurso autoritario se mantiene firme ante una carcajada que gira alrededor de la audiencia por cuatro veces. La literatura oficial hoy es muy seria, mientras la popular es rellena de ironías. Hay temas hoy que son intocables, pero la literatura popular no se frena delante de ello. Es un arma política que también puede ser peligrosa en una democracia. Humberto Eco en su novela El Nombre de la Rosa pone la trama en redor de un libro misterioso, considerado muy peligroso para los valores medievales de aquel entonces: La Comedia de Aristóteles. Muchos monjes que intentaron leerlo quedaron sin vida, pues en sus páginas habían puesto veneno justo para que nadie se lo leyera. La risa era una cosa peligrosa para la Iglesia, pues esta necesita de ritos y un aura de seriedad, y lo sagrado no combina con la carcajada. En términos religiosos hay que ser condescendiente con los sacerdotes, pues no hay religión sin cierto grado de ritualismos. Sin embargo, la risa como arma contra la autoridad establecida no es buena en todos los momentos y situaciones. Por ejemplo, un profesor en clase es una autoridad, si está intentando enseñar la materia del currículo y un alumno cualquiera no quiere estudiarla y hace chistes para que todos se reían y dejen al maestro en ridículo, ¿es bueno eso? Es claro que no. Sin embargo, es eso que pasa en gran medida hoy en el mundo democrático. La risa no está en contra de los discursos autoritarios y dictatoriales, sino de todo tipo de autoridad que esté relacionada con valores morales tradicionales. Es como si el discurso oficial de hoy no quisiera comprometerse con las reglas e intentase llevar el hombre a vivir de la forma que le dé la gana, siendo irrespetuoso con la legislación vigente. En el fondo, este tipo de risa conlleva la anarquía. Así se puede inferir que la literatura oficial actualmente posee algo de anarquista, por cuanto ve en el sistema político- -económico del capitalismo un enemigo a batir.

Así, respecto al políticamente correcto en ámbito literario, es casi un tabú reírse hoy de determinados temas: hay patrullas que fiscalizan a uno constantemente. Hay una especie de dictadura que impide la libre expresión. Si un autor quisiera escribir un libro contrario al establishmente tendrá que lidiar con la posibilitad de que su libro jamás sea publicado. Por ejemplo, hablarse de la miseria como resultado de la pereza de uno es algo que no es bien visto por muchos, pues ellos ponen la culpa de la pobreza y desgracia de uno siempre en las relaciones sociales o en un determinismo social imborrable. Muchos jamás la ven como el resultado de malas elecciones o simplemente por el deseo de uno en vivir intensamente el presente sin preocuparse con ahorros o con el futuro. El cuento sobre Miseria se lleva uno a la risa. Pero la risa a que este texto se refiere es la sencilla del trabajador que solo quiere descansar un rato. Por ello, los pedidos de Miseria son tontos, para hacer reír, pero también sin ellos no habría como explicar el mito de miseria y la causa de la pobreza de muchos. Son tres los pedidos: la silla, el nogal y la tabaquera. Cosas sin nexo aparente, pero que mirándolos más al fondo si advierte algo más: ¿Por qué la miseria necesita que la gente solo salga de cerca suyo con su autorización? ¿La miseria se contenta solo con sentarse, comer y fumar? Quizá ahí esté una señal de la causa de la mayoría de la pobreza hoy día en el mundo occidental y capitalista: el descanso continuo, el comer continuo, el placer continuo. La gente de tales países posee oportunidades increíbles para desarrollarse, sin embargo, no las advierte, pues están muy preocupadas en descansar, en relajarse o en comer. Eso no está mal, pero no hay individuo que, salido de la pobreza, se haya enriquecido sin trabajo duro, salvo se le tocó alguna herencia o la lotería, o algo similar. Todos sufrieron muchas penas hasta llegar a la cima. Cuantas co-sas Miseria podría haber pedido, pero se contentó con el placer solamente. A la miseria le gusta el bien vivir, pero en muchos casos le duele luchar para lograrlo. La labor diaria le agota rápido. Quiere playa y fiesta, y si no las tienen, espera que algo pase, descansando… después que uno llega a esta situación, es difícil salir de las garras de la miseria.

Hoy día mucho se debate sobre aumentar la carga tributaria sobre las grandes fortunas y disminuir la de la gente más pobre. Suena bien. Es decir, los que poseen más deberían financiar más los gastos públicos generales. Suena bien. Para Cavalcante (2018), empero, eso está mal, pues terminaría por perjudicar la producción y alejar las inversiones, pues quien produce no le gustaría pagar más solo por el hecho de haber llegado a la riqueza. Eso suena mal. Pero el problema es que hay dos tipos de pobres: los que están allí y quieren trabajar para salir adelante, y los que están en la miseria y quieren que alguien les saque de allí. Los primeros son luchadores, emprendedores, hacen de todo para lograr quedarse bien; los otros, al contrario, desean lo bueno y lo mejor, pero se creen víctimas sociales, que el rico solo es rico porque extorsiona al pobre, que el Estado es quien tiene la obligación de ayudarle en todo. Los pobres que luchan reciben el auxilio estatal y luego se ponen a invertir en algo, no se contentan con migajas jamás. Los pobres que no trabajan reciben los auxilios y siempre reclaman creyendo que es muy poco y que merecen más. La financiación pública en Latinoamérica posee este mal. Es muy común escucharse que determinada colonia de inmigrantes en pocos años consiguió desarrollarse. Eso, por lo general, pasa por que tales inmigrantes vienen con sus familias, están allí y no puede gastar lo que tienen con bobadas. Ahorran, invierten, prosperan. Donde hay colonias de judíos, alemanes, ingleses, japoneses, chinos, italianos, árabes, entre otros, es difícil no verlos bien económicamente. Los judíos a lo mejor sean el ejemplo más pintoresco. Se educan para un fin, saben lo que quieren y lo buscan. Poseen una educación religiosa apta para la riqueza ¿Y por qué eso pasa? Porque su cultura les obliga a mantener viva en la mente la dificultad que sus ancestros vivieron. El ayuno, por ejemplo, posee doble función: acordarse del sufrimiento de sus descendientes y también hacer con que uno tenga miedo de pasar por lo mismo, conque uno intenta huir de las compras innecesarias y buscar ahorrar e invertir en algo que dé lucros. Los judíos poseen larga tradición y ya pasaron por mucha hambruna, pobreza, persecuciones etc. aprendieron que para supervivir hay que ahorrar. Los norteamericanos también hicieron lo mismo. Estados unidos fue colonizado por gente religiosa, cuyo propósito era el de alabar a Dios ante todo, por lo que se mantenían alejados de las superficialidades de la vida y ponían sus ahorros en negocios fiables. Y trabajaban duro. El cristianismo protestante tuvo mucho que ver con ello, pues, según Weber (2004), la ética protestante, sobre todo la calvinista, trajo a los fieles la noción de que ser rico era un permiso divino. Si uno se enriqueciera es porque Dios lo había elegido. Así, ser rico pasó a ser la señal de que uno era agraciado de Dios. Por tanto buscar la riqueza era una forma de alabar a Dios, y dedicarse al trabajo duro era la mejor forma de ser uno de los elegidos de Él. Los ricos trabajaron duro no para recoger fortunas, pero para mostrar que eran bendecidos por Dios. Esta ética protestante no se aleja de la ética judía, en la que la riqueza es solo un medio para lograr un objetivo mayor: el reino de YAHVE, no para deleite personal. Los pueblos que no tienen mentalidad semejante por lo general viven en pobreza constante.

Por otro lado, hay los que dicen que la culpa de la pobreza en Latinoamérica es de entera responsabilidad de España y Portugal, pues ambas naciones solamente tuvieron ganas de explotar y robar todos los recursos americanos, lo que dejó a los nativos en la pobreza. Esta es una media verdad. Hasta comienzos del siglo XIX, la América Latina era, en verdad, España y Portugal. Estos países no veían América de forma distinta, era parte de su reino, por lo que ¿cómo iban a robarse a sí mismos? Atribuir a Portugal y España la causa de la pobreza en Latinoamérica es quizá el mayor problema de esa región. Pues la gente aquí suele atribuir sus errores a los otros. Si la región no progresa es culpa de los Estados Unidos que supuestamente siempre imponen barreras comerciales, si la educación está mal, culpa de la Iglesia y su tradicionalismo, si hay muchos borrachos, culpa de España… ¿Entonces, qué falta para que las cosas cambien? La tierra es abundante, hay abundancia de recursos minerales y agua, hay pasto, hay todo. Quizá la raíz de la pobreza esté en dos puntos clave. En buena medida, hay en Latinoamérica la cultura de la pereza, pues justamente por haber abundancia de todo, la gente se acostumbró a no transformar esa riqueza en más riqueza. Además, hay que apuntar, de acuerdo con Silio (1969), que los problemas que la población ibérica tenia se trasladaron para acá no más: un Estado lento, patrimonialista, autoritario, etc. Pero si se nota con atención, la cultura latinoamericana era algo desarrollada, había muchas universidades, iglesias, carreteras, etc., mucho del oro español y portugués fue invertido en el desarrollo de las colonias. Lo que pasa es que la mentalidad ibérica es de raíz católica, mientras la de los sajones es protestante. Eso cuenta mucho, pues los primeros no veían la riqueza como algo malo de per sí; en cuanto a los segundos, acordes a Platón (1988), mantuvieron las enseñanzas medievales cuyo fulcro es negar la busca desenfrenada por la riqueza individual, y huir lo máximo posible de las falsas percepciones que la realidad empírica proporciona. Latinoamérica comienza a cambiar eso, pues el protestantismo está creciendo vertiginosamente, lo que preocupó bastante el Vaticano, hasta el punto de haberse escogido a un papa latinoamericano para refrenar un poco la expansión protestante, sobre todo de las pentecostales. Tales iglesias enseñan a cómo lidiar con la plata, huir de la borrachera, de mantenerse el núcleo familiar, mismo cuando la grey no esté siguiendo literalmente las palabras de Jesús o mismo del apóstol Pablo. Se logran crear esa mentalidad protestante quizá pronto habrá en Latinoamérica una percepción distinta de los ingresos e inversiones por parte de la gente. Pero a la vez se buscará más la riqueza material por sí misma sin quedarse atento a la sabiduría bíblica. Se eso pasa vendrá la maléfica consecuencia: una vez más el hombre se olvidará de la divinidad para ponerse a sí propio como dios.

4.1. Los pedidos: ¿hedonismo o ignorancia?

Miseria se desvela inicialmente como una persona humilde, pacata y solidaria, que es capaz de, al venir la oportunidad, dejar escaparla por tontería o irreflexión. Eso queda claro con respecto a lo que le pide a Jesús. Es claro que sin tales pedidos el mito no sería satisfecho, con lo que hay que dejarlos de lado, pues no hay mucho que decir sobre tales pedidos. Pero viene una duda que remite a la base de la democracia actual: ¿El pueblo sabe elegir? Es difícil contestar de forma clara tal pregunta, pues en el caso de Miseria, más allá de la pobreza se agregaba la ignorancia. Unos dicen que mientras el pueblo sea ignorante no aprenderá a elegir. Sin embargo, viene otra pregunta, ¿qué es lo que el pueblo tanto ignora?, ¿Quiénes serán los que van a educarlo? Los capitalistas dicen que hay que educarlo para una sociedad competitiva e individualista; por su turno, los comunistas dicen que el pueblo debe ser enseñado desde una perspectiva crítica y reconocerse a sí mismo como un elemento trasformador en la lucha de clases. En consecuencia, mientras los intelectuales discuten, el pueblo los mira sin comprender bien la razón de tanta discusión. Hay una anécdota real sobre ello. En Brasil, las elecciones federales vienen junto con las estatales (o provinciales), así que los electores deben elegir a la vez el presidente, los senadores, los diputados federales, el gobernador y los diputados estaduales. En ámbito federal fue electo presidente uno de las izquierdas, pero en el ámbito del Estado de Rondônia fue electo uno de las derechas. En charla con un fervoroso defensor de las izquierdas sobre la elección estatal, se le escuchó decir algo semejante a “El pueblo no sabe elegir, ha escogido este pésimo candidato de las derechas.” Pero alguien le replicó: “Y qué me dices en ámbito federal: ¿el pueblo tampoco no supo elegir? Hubo un desconcierto seguido de una larga pausa en la conversación. La gente quiere que el pueblo piense en conformidad con las doctrinas pensadas y maduradas en las universidades y no de acuerdo con las reales necesidades del pueblo.

Hecho los pedidos, Miseria, sin embargo, muy pronto deja trasparecer toda su picardía, pero lo que le pide a Jesús es una suma de tonterías. No obstante, después te haberlos hecho, viene el arrepentimiento. Y en seguida, le clama al diablo aceptándole sus condiciones. Aquí se remonta al mito de Fausto, el hombre que le vende su alma al diablo con tanto de verse rico y famoso. Quizá Goethe (2018) haya sido el que mejor ha relatado este mito. ¿Qué lleva una persona a, seguro de la existencia del más allá, confiar su alma a tormentos eternos en cambio del bienestar presente? Algo semejante pasa cuando uno, consciente de las trampas financieras, le pide préstamos a un banco a altos intereses, o usa la tarjeta de crédito sin parsimonia, o adquiere un coche sin haber logrado ingreso suficiente para pagarlo; es decir, necesita fervorosamente vivir el presente no más. Los economistas afirman que hay una especie de complot que crea la necesidad de consumo, el deseo de adquirir el paraíso aquí en este mundo, de vivir intensamente, y que la mayoría de la gente es presa fácil de tal trampa. En consecuencia viene el infierno de haber perdido la hipoteca de la casa, o endeudarse hasta sofocar a uno. Los economistas a diario le dan consejos a la gente sobre cómo ahorrar, como huir de las trampas económicas, pero en vano son tales palabras. Hay una fuerza fáustica que ciega a uno obligándolo a renegar de la verdad futura solo para complacerse en usufructuar el efímero y superficial. Hay gente que se aleja de eso, pues sabe de la trampa oculta. Los judíos son un buen ejemplo, pues muchos de ellos poseen fama de ser tacaños y usureros, pero si uno les estudia a fondo se dará cuenta de que son cautelosos, disciplinados, ahorran a sabiendas de que el dinero echado jamás volverá. Y por ello son criticados. Son criticados por saber dónde y cómo invertir su plata. Lo mismos se puede decir de los grandes ricos americanos.

Hay gente instruida, lectora voraz, que critica el sistema financiero mundial, sobre todo a los judíos, echándoles la culpa por todas las desgracias mundiales. Gente que tiene como modelo de vida a otras personas famosas que vivieron alucinadamente, que malversaron sus fortunas, que rechazaron la prudencia para tornarse iconos de una sociedad libertina y decadente y que al final de la vida murieron amargados, depresivos, drogadictos y echando la culpa de sus infortunios a otros. Hay gente que tiene como modelos poetas y filósofos malditos y que no entienden el porqué de vivieren también amargados y descontentos con todo. La filosofía verdaderamente cristiana no es muy distinta del modo de vivir de los epicúreos o sibaritas, etc., es decir, vivir el presente sí, pero alejándose de una vida de libertinaje, sin el deseo de ahorrar, pero sin la necesidad de poseer lo que la moda impone. O sea, vivir buscando lo esencial de la vida y dejando el superficial de lado.

En este punto, hay dos estereotipos bien consagrados, el de las derechas y el de las izquierdas. El primero, es el fáustico, desea la fama y el suceso, quiere disfrutar de todo, comer lo mejor, poseer las mujeres más guapas, vivir eternamente el placer. Y si es necesario venderle su alma al diablo, lo hará sin dudar. Este es aquel que explota, que mata, que roba, que esclaviza, que lo hace todo con tal de que logre sus objetivos. Eso es de hecho la materialización de la metáfora de vender el alma. Caín lo hizo, Esaú lo mismo. Del otro lado, hay el polo extremo: el hombre que finge desechar los bienes materiales, que pregona igualdad por encima de la libertad, que rechaza el capitalismo, sin embargo, en el hondo, envidia la forma del vivir alocada o “fashion” del capitalista. Él quiere vivir bien, pero no quiere dedicarse horas y horas de trabajo, de ahorro, de sufrimientos tras sufrimientos para lograr la riqueza. No, la quiere pronta, como si fuera magia. Este también vende su alma. La entrega a un deseo consciente o no de destrucción, de matar o desapropiar en nombre de la humanidad, de usar el Estado para imponer sus ideas, incluso cuando la mayoría no las acepta.

5. La picardía y la bellaquería

Miseria es bellaco, y se deja dominar por sus deseos materiales. Mira que le dan juventud y plata seguidamente, pero él no hace más que desperdiciarlas, no produce nada útil o bueno. Terminado el plazo, vuelve decrépito y podre. Eso es lo que el cuento trae de terrible, la miseria puede ser consecuencia de la riqueza. El pecado a veces viene de hombres virtuosos. Miseria actúa como el Rey Salomón, el cual, a lo largo de su juventud, tuvo una vida rellena de placeres, muchísimas mujeres y todo más. Según la Biblia (2003), en uno de los momentos cruciales de su vida, cuando va a asumir el trono, le pide a Dios sabiduría para gobernar, con lo que Dios se lo da eso y riqueza y fama. Salomón, empero, no caminó siempre conforme la Ley y anduvo con las suyas. Viejo, ya viendo el precipicio, escribe el Eclesiastés, un libro pesimista, muchas veces contrario, a lo que pregona la Torá. Afirma que todo es vanidad, que todo es en vano, que tanto el pecador y el honesto tienen el mismo fin, que no hay como mudar o añadir nada, es decir, una visión extremamente pesimista y desoladora de la existencia misma, por ende muy saudosa de la juventud, de la carne, de la belleza. Es probable que se a él le hubiesen dado el poder de rejuvenecer quizá si olvidaría de que “todo es vanidad” y si dispondría a una vida de lujuria como la que vivió. Es la miseria mayor que uno puede tener.

Así fue como hizo miseria, a diferencia de Salomón, sin embargo, no se propuso criticar la vida o la existencia a renegar de todo, al revés, acepto sus errores, su pecado y, cabizbajo, se iba al infierno. Se sabía plenamente de sus errores, y no los escondía, como lo hizo el gran rey escéptico.

CONCLUSIÓN: ¿Es imposible acabar con la miseria?

Existe un momento en el cuento en que los diablos son encarcelados por Miseria. Hay un juego de ideas en este tramo de la narrativa. ¿Si todos los diablos están presos en la tabaquera, si la maldad en el mundo ya se ha disipado, por qué los “que viven de las desgracias de los demás” no si contentaron y pasaron a vivir de otra forma? La verdad es que la maldad está inherente a los humanos. Algunos dicen ser ella fruto de la sociedad exclusivamente. Niegan haber fuerzas ocultas o entidades que inciten uno al mal. Otros dicen que un hombre es como tabla rasa u hoja en blanco y que con el tiempo la experiencia y la materia le van dando forma. No habría pues el alma, siendo que todo se resumiría a este mundo sensible. Otros afirman existir algo más allá del mundo sensible y que el hombre es influenciado por ello. En las culturas abrahámicas se suele atribuir que el mal en sí mismo está representado por una culebra y que está es la personificación del diablo. Para algunas interpretaciones judías y babilónicas Caín era hijo de la serpiente, mientras Abel sería el hijo del diablo. Después que Abel había muerto, Adán y Eva tuvieron otros hijos, entre los cuales se destacan Set, el cual sería el hijo de la promesa, el que sería responsable por combatir la malignidad de los descendientes de Caín. Eso explicaría el porqué de la maldad de unos y de la bondad de otros. Pero esa explicación no hay en la Biblia, es una extrapolación. Caín es malo porque así lo ha elegido. Es hijo de Abrahán de la misma forma que Abel.

Hay la corriente que dice ser Abel el representante de la vida pastoril y nómada en cuanto Caín sería el hombre de la cultura agropecuaria, fijo en la tierra y contrario a la vida alegre y tranquila del pastor. Dicen que cuando el hombre fija residencia, entonces predomina la agricultura y la vida pastoril va a segundo plano. Eso también es mera interpretación e intenta responder por qué Caín mató a Abel. La cultura rabínica dice que hay tres posibilidades: o por tierras, o por la procreación o por la religión. En todos estos está el rencor.

YAHWE le habla a Caín, le dice que no haga mal a su hermano, pero no hay respuesta positiva. El odio y la envidia son mayores. La conciencia de Caín lo acusa, y revoltoso con Dios lo ofende. Pero lo que llama la atención es que YAHWE no le destruye, sino que lo maldijo y lo expulsa, obligándolo a vivir errante. Entonces, los herederos de Caín tendrían una marca, que para muchos es simplemente la desobediencia. Todos los desobedientes son algo anárquicos y rencorosos, y por detrás de tal rencor se esconde la envidia. Como los hijos de Caín se mezclaron con los de set, la maldad puede aparecer en cualquiera. Pero ponerla en práctica es una elección, uno puede vencer el mal con la fe y autoconocimiento. Pero las instituciones moderadoras, que frenan el avance del mal son combatidas duramente hoy día. Las iglesias, la familia, el casamiento, son sustituidas por una educación meramente científica donde la luz de la razón debe prevalecer.

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