Don Quijote ante la caballería espiritual de san Juan de la Cruz    
Dom Quixote diante da cavalaria espiritual de São João da Cruz      

Luce López-Baralt*  
*Doutora em literatura pela Universidade de Harvard; professora da Universidade de Porto Rico. Contato: lucelopezbaralt@gmail.com   

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 Así que, señor mío, más vale ser humilde frailecito, de cualquier orden que sea, que valiente y andante caballero (II, 9: 98) 


I. Un poco de historia: el traslado del cuerpo de san Juan de la Cruz de Úbeda a Segovia 

Estamos en medio de una noche oscura de 1593. En medio de una medianoche oscura, pues tenemos documentados los hechos históricos. El cuerpo de san Juan de la Cruz es trasladado sigilosamente por despoblados desde Úbeda, donde había muerto, hasta Segovia. El alguacil de Corte, don Juan de Medina, custodia los restos junto a los guardias que lo conducen en una litera. Al llegar a Martos se les aparece un hombre que les grita a grandes voces: “¿Dónde lleváis ese difunto, bellacos? Dejá el cuerpo del fraile que lleváis...” (PASQUAU,1960, p. 2)1. La aparición “causó gran susto en el alguacil y sus compañeros, que se les espeluzaron los cabellos” (FERNÁNDEZ NAVARRETE,1819, p.78-79). Más adelante en el camino aparece otro hombre, que vuelve a pedir cuenta al séquito de lo que llevaban e insiste en interrogarlos. En medio de tantos encuentros tensos, el conductor del féretro advierte que unas luces brillantes rodeaban la caja pequeña que contenía el cuerpo del santo. 

La escena nocturna chispeada de extrañas lumbres evoca “la aventura que le aconteció a don Quijote con un cuerpo muerto” (I,19) que unos “enlutados” trasladan de Baeza a Segovia2 . En medio de la noche el hidalgo irrumpe en el séquito de los que trasladan, orando en voz baja y portando hachas encendidas, al misterioso “muerto caballero”. Importa tomar nota de las palabras textuales de don Quijote, ya que su manera de aludir al difunto como “caballero” no es casual. El hidalgo enristra su lanzón, se coloca bien en la silla de Rocinante, y alzando la voz reclama a los “encamisados” (que tiene por tales a los sacerdotes que iban con sobrepellices escoltando el cadáver): “Detenéos, caballeros, y dadme cuenta de quién sois, de donde venís, adónde vaís, qué es lo que en aquellas andas lleváis...” (I, 9, p. 231). El interrogatorio de don Quijote concurre de cerca con lo que testimonian los primeros testigos que depusieron acerca del traslado del cuerpo de fray Juan de la Cruz para su proceso de beatificación. 

¿Habrá tenido noticia Cervantes del traslado subrepticio de los restos del Reformador?3 Así lo creen muchos cervantistas a partir del estudio de Martín Fernández Navarrete (1819), que propone la conexión entre el traslado histórico del Reformador a Segovia y el capítulo 19 del primer Quijote. Es probable que Cervantes se enterara de los hechos, ya que estuvo en Úbeda para sacar trigo en 1592, al año siguiente de la muerte del fraile y poco antes de que llevaran a hurtadillas su cuerpo a Segovia al filo de la medianoche (SÁNCHEZ, 1990, p. 21). Los acontecimientos fueron muy notorios: se trataba del compañero de Reforma de santa Teresa, muerto en olor de santidad y autor de una obra mística sin precedentes en la Península. El traslado clandestino de su cuerpo suscitó grana tensión entre Úbeda y Segovia, donde se le lleva en secreto tras morir inesperadamente de unas “calenturas pestilentes”. Tomemos nota de la causa de defunción, porque volveré a ella. 

Doña Ana de Peñalosa, la destinataria de la “Llama de amor viva”, es quien planifica la remoción del cuerpo de san Juan del convento ubetense donde yacía enterrado. La devota viuda quería que descansara en el monasterio que había fundado en su Segovia natal junto a su hermano don Luis de Mercado. La empresa no sería sencilla, dada la oposición de Úbeda a rendir sin más la reliquia del cuerpo del santo. Pero, cuando éste muere, doña Ana hizo las diligencias con el Padre Nicolás de Jesús María, Vicario General de la Reforma, para que llevaran discretamente el cuerpo a Segovia (RODRÍGUEZ MARÍN,1949, t. IX: 226-230)4

El traslado secreto iba a ser llevado a cabo a los nueve meses de muerto el Reformador, pero se descubre que el cuerpo estaba “tan incorrupto y con tal fragancia, que suspendieron la traslación. Ya en 1593 Medina Ceballos, el alguacil de Corte halló que el cadáver estaba más enjuto, aunque siempre “fragante, [y] le acomodó en una pequeña caja de madera para mayor disimulo” al momento de sacarlo del convento (ibid.). Pero Úbeda no se resigna al despojo y entabla pleito con Segovia y la desavenencia llega hasta Roma: en 1596 Clemente VIII expide un Breve Apostólico mandando que se restituya el cuerpo a Úbeda. Aunque el Obispo don Bernardo de Sandoval cumplir el Breve, quiso tratar el espinoso asunto de manera amistosa, por lo que el hecho consumado del traslado se impuso a la larga y Úbeda se conformó con que le fuesen devueltas solo una mano y una tibia del Reformador (Pasquau 1960: 2)5

II. Cervantes y los mystici majores del Siglo de Oro: santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León y san Juan de la Cruz

Imposible que un litigio tan agrio pasara desapercibido por Cervantes, que fue un gran admirador de los místicos españoles que fueron sus contemporáneos. En la Galatea entona un panegírico a fray Luis de León: “Fray Luis de León es el que digo, / a quien yo reverencio, adoro y sigo” (Navarro 1971: 5). Otro tanto sucede con Teresa de Jesús: Cervantes compone una canción en la que celebra nada menos que los éxtasis místicos de la Reformadora: 

Desde Alba, ¡oh, Madre!, al cielo te partiste:
 ..... 
que le goces es justo, 
en éxtasis divinos... 
(Sánchez 1990: 10).  

Las revelaciones místicas teresianas que Cervantes celebra dejan ver que no estaba ajeno a los altos misterios del alma. Sospecho que los textos de san Juan, que circulaban manuscritos, también llegarían a la atención de Cervantes. esposible que conociera dichos códices a través de su hermana Luisa de Belén, quien fue monja en Alcalá de Henares, donde san Juan fue Rector (CANNAVAGIO, 1987, p. 37). 

Las alusiones obsesivas del novelista al léxico encriptado de la noche oscura parecerían también delatar un conocimiento preciso de la obra sanjuanística, como proponen Vicente Gaos (1971) y Arturo Marasso (1954), que descubren las huellas del vocabulario nocturno de san Juan en la salida que don Quijote hace de noche en busca de aventuras en el capítulo II de la primera parte. James Iffland, por su parte, asocia la escena del traslado del “cuerpo muerto” con el vocabulario técnico de la “Noche oscura” de san Juan. Lo exhaustivo de su análisis me excusa de llevarlo a cabo aquí a mi vez, pero cualquier lector familiarizado con los versos del santo reconoce que Cervantes tendría que estar aludiendo a la obra del Reformador. Claro que lo hace entre líneas, pues por aquellos años era asunto espinoso citar a san Juan, que fue impugnado incluso post mortem por sus paralelos con el movimiento alumbrado6 : basta recordar que seguidores muy cercanos del fraile mantienen en estricto silencio su nombre: Fray Agustín Antolínez, Sor Cecilia del Nacimiento (1570-1646), e incluso el “heresiarca” Miguel de Molinos. 

Cervantes, como estos discretos espirituales, no dudó en establecer un diálogo encubierto con el Reformador en el episodio del “cuerpo muerto”. Las repeticiones obsesivas del vocablo noche delatan una cita literaria consciente. El novelista parecería remedar la factura textual del poema la “Noche oscura”, en la que san Juan, al repetir una y otra vez la voz “noche”, indica que alude a un símbolo místico técnico, no al simple final del día. Por más, la voz aventura, que puntea el pasaje cervantino, remeda fonéticamente la ventura con la que la Amada juancruciana inicia su recorrido nocturno en busca de su Amado. 

Pero el jubilo del poeta de Fontiveros--dichosa ventura, noche dichosa, noche amable más que el alborada--contrastan con el “horror y espanto” que sienten los personajes cervantinos al sumergirse en las tinieblas. Sancho tiembla como un azogado que “tiene frío de cuartana” (I, 19, p. 230) ante la extraña escena que tiene por sobrenatural, porque los enlutados con hachas encendidas, orando quedamente, les recuerdan la “estantigua”7 , es decir, un cortejo de almas que andan de noche por el bosque. A don Quijote, que se le erizan los cabellos de la cabeza, se le antojan “satanases del infierno”. Tendré más que decir sobre este miedo del hidalgo, pues es elocuente8

El narrador cervantino subraya la oscuridad envolvente de la noche cervantina: “la noche se cerró con [...] oscuridad”; “era la noche, como se ha dicho, escura...”; “las tinieblas de esta noche”; “la oscuridad de la noche no les dejaba ver cosa alguna...” Con razón concluye Iffland que “this is by far the darkest night of the entire [novel]” (IFFLAND, 1995, p. 243)9 . También san Juan insiste en lo cerrado de su Noche--la Esposa itinerante va a ciegas, sin mirar cosa y sin ser vista por nadie. Solo que, paradojalmente, se deleita en lo espeso de las tinieblas. 

El nocturno cervantino está tachonado de luces ultramundanas que lo hacen amenazante. “Una gran cantidad de lumbres que no parecían sino estrellas que se movían” (I, 19, p. 229) puntean la oscuridad y paralizan de miedo al amo y al escudero. No hay que olvidar que el término “lumbres” se asocia con la secta de los alumbrados, condenada por el Santo Oficio. Las extrañas centellas vuelven a remitirnos al poema de la “Noche oscura”--: “sin otra luz ni guía / sino la que en el corazón ardía”. San Juan alude a una luz sobrenatural suspendida en el interior del alma de la Esposa nocturna, que la guía hacia sí misma en un camino circular y místico. Pero Cervantes no solo parecería aludir a la misteriosa lumbre que convierte la “Noche oscura” de san Juan en un prodigioso claroscuro, sino a la experiencia del traslado histórico del cuerpo el santo. Las “hachas encendidas” de los encamisados cervantinos que llevan al “muerto caballero” también las llevarían los guardias del cuerpo de san Juan para alumbrar el camino a Segovia. Y no olvidemos el paralelo más significativo de todos: las “luces muy brillantes” que rodeaban el pequeño féretro improvisado, según testimonia el conductor de los restos del fraile de Fontiveros. También aquella medianoche histórica estuvo aureolada de centellas sobrenaturales, y los contemporáneos lo habrían comentado. 

Las incidencias de la aventura nocturna de don Quijote deja ver que el episodio constituye una reflexión sobre temas religiosos, eclesiásticos, e incluso,místicos. Ya sabemos que el hidalgo confronta con sus preguntas, lanza en ristre, a los enlutados del cortejo fúnebre. Entiende que alguien ha matado al “caballero” que traen, por lo que el hecho requiere venganza caballeresca. El enlutado “caballero” principal, atemorizado, pica su montura para seguir adelante y evadir al impertinente desconocido, pero la mula da con él en el suelo. Don Quijote, encolerizado al no tener respuesta a sus preguntas, arremete con su lanzón al séquito, por lo que los encamisados huyen con sus hachas encendidas por doquier, dibujando un simbólico cuadro carnavalesco de máscaras. 

La escena adquiere enseguida ahora unos sobretonos eclesiásticos inquietantes: don Quijote ha entablado batalla nada menos que con sacerdotes, y ahora apunta “sacrílegamente” con su lanzón al bachiller Alonso López--contrapartida del histórico alguacil de corte Juan de Medina--, que yace en el suelo con una pierna quebrada. El bachiller, que tiene órdenes sagradas, explica a don Quijote que llevan al “caballero”, que ha muerto en Baeza, a enterrar a Segovia. Cervantes es discreto y no alude directamente a Úbeda, y sitúa la defunción en la cercana Baeza. Prestemos atención, de otra parte, al adjetivo identitario que usa Alonso López para referirse al muerto de la litera: se trata de un “caballero”--. se podría pensar que fuese otro sacerdote más, pues iba custodiado por una comitiva de ellos. Pero no: al ser “caballero”, se hermana de súbito con el hidalgo manchego, hijo de la caballería andante. La pista es significativa. 

Ante las insistentes preguntas de don Quijote, que desea de vengar la muerte de su alter ego muerto, López le informa que nadie lo ha matado, pues ha fallecido de unas “calenturas pestilentes” (I, 19, p. 233). Como se sabe, de esas mismas “fiebrecillas” murió san Juan de la Cruz. La información paraliza a don Quijote: “habiéndole muerto quien le mató, no hay sino callar”. Contra Dios no hay batalla posible, por caballeresca que sea. 

El bachiller advierte a don Quijote que había quedado descomulgado “por poner manos violentamente en cosa sagrada” (I, 19, p. 235)10. Le cita en latín las disposiciones de Trento para tales casos, y resulta curioso que don Quijote diga no saber latín, cuando en otras ocasiones sí da muestras de conocerlo. En esa misma línea paródica, y sirviéndose de una casuística eclesiástica bufa, el hidalgo argumenta a su interlocutor que no le había puesto la mano encima, sino el lanzón. Quizá el hidalgo sospeche que haya ido demasiado lejos en su sarcasmo casuístico, porque enseguida protesta de su catolicismo ortodoxo11. Sus exageradas declaraciones no rsultan convincentes. Don Quijote jamás ha pisado un templo y aunque se encomienda a Dios y a Dulcinea antes de acometer sus aventuras, no es un caballero realmente piadoso: nunca lo vemos rezar como Amadís. Veremos que la espiritualidad de don Quijote en esta escena no será de corte ortodoxo, sino que incide en algo más profundo: un enfrentamiento con lo sagrado.  

A todo esto, Sancho aprovecha para desbalijar las generosas provisiones de la acémila que traían los sacerdotes. El dato carnavalesco hace pensar que se trata de una sátira contra los primeros seguidores de la Reforma carmelita, que habían traicionado el ascetismo de su maestro fray Juan de la Cruz. ¿Estará don Quijote vengando al santo y defendiendo la Reforma del Carmelo, ahora dada al exceso? ¿Ofende al alma “erasmista” del hidalgo el tráfico del cuerpo convertido en reliquia? Todo puede ser. 

III. Los sobretonos caballerescos del episodio del “cuerpo muerto”. Cervantes ante la caballería andante espiritual.

a. Las novelas de caballerías tradicionales.

Hasta ahora me he ocupado del diálogo intertextual de Cervantes con los versos nocturnos de san Juan y con el traslado histórico de sus restos a Segovia, pero la crítica se ha detenido también en los paralelos que guarda la aventura del capítulo 19 con el género de las novelas de caballería. Diego Clemencín (1947) destaca el otro posible diálogo que Cervantes sostiene con el Palmerín de Inglaterra, el Amadís de Gaula y el XLIII y la Crónica de don Florisel de Niquea. ECuandno vems el capítulo 72 del Palmerín titulado “De lo que aconteció a Floriano del Desierto en aquella aventura del cuerpo muerto de las andas” (Palmerín 2012: 136), las semejanzas saltan a la vista12. Floriano del Desierto, vagando por despoblado ve venir unas andas cubiertas con un paño negro que cubría a un muerto llevado por tres escuderos. Al levantar el paño enlutado descubre el cuerpo de un caballero lleno de sangrientas heridas y quiere saber-- como don Quijote --de quién era el cadáver que transportaban. Se entera de que se trata de Fortibrán el Esforzado, cuya muerte a traición había quedado sin venganza. Floriano acometa desea vengarlo, como don Quijote hubiera querido hacer con su “muerto caballero”. 

En el capítulo 43 del Florisel de Niquea topamos con otra extraña procesión que lleva en andas un difunto: “...unas andas que cuatro caballos llevaban en que iban cuatro enanos. Las andas iban cubiertas de un tapete [...] y delante de las andas dos fuertes jayanes iban armas armados y detrás de ellos doce caballeros”13. Esta procesión de seres físicamente desproporcionados parecería otra broma intertextual bufa de Cervantes contra los sacerdotes enlutados camino a Segovia. 

Las citadas escenas caballerescas ocurren a plena luz del día, mientras que la del “cuerpo muerto” cervantino se distingue por su atemorizante oscuridad nocturna. Es de interés aquí otra fuente que esgrime Arturo Marasso (1954) para la escena anochecida del Quijote: la Eneida traducida al castellano por Hernández de Velasco, autor leído por Cervantes. Encontramos un doloroso camino en medio de la “muda noche” a lo largo del cual desfila, con hachas encendidas, la procesión fúnebre del recién muerto Turno. 

Alberto Sánchez (1990:21) concluye pues que en el texto del Quijote se recogen tanto rasgos que proceden de las novelas de caballerías como pormenores del traslado histórico del cuerpo de san Juan a Segovia. Los dos diálogos intertextuales coexisten, armonizados por el genio de Cervantes. 

Ahora bien: los estudiosos, con excepción de Iffland, que lo hace con brevedad (Iffland 1995: 247, 257 y 265), no se han detenido en otra coincidencia de la escena nocturna de Cervantes: el género de la caballería espiritual. Sobre todo con ella es que dialoga Cervantes. 

b. El caso de la caballería espiritual: una fuente - obligada para el capítulo XIX del Quijote.

Cuando las novelas de caballería copan el mercado editorial español a principios del siglo XVI, ya aparecen las primeras novelas contrarias a este género tan rico en fábula, que constituyen el género de la caballería espiritual (Herrán Alonso (2005). Ejemplo de estos primeros libros píos contestatarios es el Libro de la Cavallería cristiana (h. 1551), del franciscano Jaime de Alcalá: su héroe es ahora un caballero cristiano de virtudes modélicas. Claro que el ideal del caballero ejemplar, ajeno a los excesos sexuales de Tirante el Blanco o a la moralidad laxa de Amadís, ya era previa en la Península. Ahí está el Blanquerna de Raimundo Lulio, y su Libro de la Orden de Caballería, donde asegura que el “ofici de cavaller és de ... defendre la santa fe catòlica (Lulio 1936 :100)14. Tenemos también al Caballero Cifar15, considerado como el primer libro de caballería español, redactado en siglo XIV por un autor que aun nos resulta incógnito16.  

Según la oposición a los libros de caballería se hace más virulenta en el siglo XVI por parte de los moralistas que las consideraban excesivas, y de dudosa moral, se sigue potenciando el género de la caballería. Aun no está estudiado a fondo, aunque Jorge Checa (1988: 50) comienza en serio el estudio del género” en 1988 (MALLORQUÍ-RUSCALLEDA, 2016, p. 374) con su estudio sobre el Caballero del Sol de Pedro Hernández de Villaumbrales. A partir de ahí comienzan a proliferar las aportaciones de estudiosos como Pierre Civil y Pedro Cátedra, entre otros, por lo que ya contamos con un corpus representativo de este género de la “caballería a lo divino”, que enriquecerán nuevas ediciones futuras. 

IV. Cervantes ante la caballería espiritual nocturna de san Juan de la Cruz

Esta vasta literatura caballeresca espiritual no escapó a la atención de Cervantes. En el capítulo 8 de la segunda parte del Quijote el hidalgo medita con Sancho sobre su papel como caballero andante, y declara que los caballeros deben buscar la gloria eterna más que la fama mundana: “...los católicos y andantes caballeros más habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna ..., que a la vanidad de la fama que en este siglo se alcanza” (II, 8, p. 96). De repente, don Quijote, que no se ha mostrado piadoso a lo largo de sus aventuras, cierra filas con una devoción espiritual más cónsona con la del Caballero Cifar o la del Caballero del Sol. O la del “caballero” muerto san Juan de la Cruz. 

Cuando el hidalgo toca puntos de religión con Sancho suele entrar en terreno espinoso, y así sucede cuando le platica sobre la veneración a las reliquias de los santos. Sancho, como buen “cristiano viejo” defiende la posición eclesiástica tradicional: “...estas prerrogativas, [...] tienen ...las reliquias de los santos, que, con ... licencia de nuestra santa madre Iglesia, tienen ... mortajas, muletas, ... cabelleras, ojos, piernas, con que aumentan la devoción y engrandecen su cristiana fama” (II, 9, p. 98). Y concluye: “Así que, señor mío, más vale ser humilde frailecito... que valiente y andante caballero” (ibid.). Sancho invita a don Quijote a canjear su oficio caballeresco por el religioso, aconsejándole que “nos demos en ser santos, y alcanzaremos ... la buena fama que pretendemos” (ibid.). El labriego se constituye en portavoz de la Iglesia contrarreformista: es amigo de reliquias--curiosamente, de las pertenecientes a “frailecitos descalzos” como san Juan--17, cuya veneración garantizaba bendiciones de todo tipo. El escudero lanza al caballero andante, usualmente de talante “erasmista”, un reto inesperado: lo convoca a ser santo. A elevar su caballería andante a las más altas cimas del espíritu. 

El desafío es de tal magnitud que don Quijote, por valiente que sea, es incapaz de acometerlo. Y se declara vencido, admitiendo a Sancho su íntima verdad: “no todos podemos ser frailes, y muchos son los caminos por donde lleva Dios ... al cielo: religión es la caballería; caballeros santos hay en la gloria (II, 8: 98-99). Sancho no se da por vencido y le riposta que hay más frailes que caballeros andantes en el cielo. Advirtamos que insiste en el término religioso de “fraile” en lugar de “sacerdote”. Don Quijote concluye: “Muchos son los [caballeros andantes], pero pocos los que merecen el nombre de caballeros” (II, 8: 98-99, suplo el énfasis). Vale recordar que siempre se alude al “cuerpo muerto” del capítulo 9 como “caballero”. No solo así lo llama don Quijote, sino también el bachiller Alonso López, que dirigía su escolta fúnebre. Curioso que sean clérigos quienes trasladen el cuerpo de un caballero: el texto nunca aclara la incongruencia. 

Pero es que quienes aluden al difunto como “caballero” llevaban razón. Así precisamente se autodenominó San Juan, que admite en sus glosas a la “Noche oscura” haber combatido como caballero en “aquella guerra de la oscura noche” (2N 24, 2; I, p. 61318). El Reformador, como don Quijote, combate pues en medio de la noche. Es oportuno recordar que la discusión que sostienen el hidalgo y su escudero y que acabo de citar sobre los frailes y los caballeros andantes se da en el contexto de una búsqueda, curiosamente nocturna, de lo sagrado e imposible: encontrar a Dulcinea en el Toboso. Dar con el sueño trascendente en medio del oscuro mundo corpóreo. Esta aventura, como la del traslado del “cuerpo muerto” incógnito enigmático caballero, ocurre también en medio de una noche oscura. Y, exactamente como el traslado histórico de los restos a Segovia, la aventura del Toboso tiene lugar en la medianoche: “Media noche era por filo” (II, 9. p. 99), anuncia el narrador, sirviéndose del “Romance del Conde Claros “. No sé si por azar, los dos caminos nocturnos quijotescos desembocan en un choque con la Iglesia: “Con la iglesia hemos dado, Sancho”, exclama don Quijote (II, 9, p. 100). Y aunque sabemos que ha dado con el edificio del templo del Toboso, sabemos que se ha estrellado contra el andamiaje dogmático de la institución eclesiástica de su época, que en el capítulo IX representaban los sacerdotes enlutados duchos en casuística y portadores de generosas alforjas.  

San Juan de la Cruz era, sin embargo, otro tipo de eclesiástico, con el que Cervantes pudo haber simpatizado. Combatió cual esforzado caballero en sanear las estructuras monacales de su época y acercarlas a la vida ascética y a la contemplación. Algo de ello sabría Cervantes cuando “venga” al frailecito muerto de sus guardianes, que eran glotones, y ortodoxos en demasía. Acaso Cervantes se venga también, muy en la línea de Erasmo, de aquellos que se llenarían de gloria por la posesión de la reliquia del cuerpo del santo, que finalmente fue, como se sabe, despedazado para que tanto Úbeda como Segovia se pudieran jactar de tener su parte. 

Ya dije que san Juan se había declarado como simbólico “caballero combatiente” en sus escritos. Su combate es muy riguroso, y en la Subida del Monte Carmelo lo asemeja con la batalla campal de un caballero contra un metafórico dragón de siete cabezas: “... si ella peleare [con cada cabeza] y venciere, dejará [vencida] a la bestia sus siete cabezas, con las que le hacía la guerra furiosa... (SUBIDA II, 11: 10; I, p. 235). 

El combate ascético con el monstruo de siete cabezas ocurre precisamente en medio de la cerrada oscuridad interior, que para san Juan es la desnudez espiritual de todas las cosas [...]. En la noche oscura se oblitera el cuerpo, que queda, metafóricamente, “muerto”: recordemos que la aventura cervantina del “cuerpo muerto” ocurre asimismo en una noche cerrada. 

Lo curioso del caso es que don Quijote se apropia del mismo símil del combate ascético de san Juan cuando asegura a Sancho que el caballero andante debe matar los siete pecados capitales simbolizados por malvados gigantes. Conoció pues la ascética caballeresca: “Hemos de matar en los gigantes a la soberbia; a la envidia, ...a la ira, ... a la gula y al sueño; a la lujuria y lascivia; [y] a la pereza, ...buscando las ocasiones que nos puedan hacer y hagan, sobre cristianos, famosos caballeros” (II: 8, pp. 96-97). 

Don Quijote modela su caballería combatiente “a lo divino” enarbolando su espada contra los siete pecados capitales. No olvidemos, a todo esto, que, como san Juan, guerrea ascéticamente en la oscuridad de la medianoche. 

No se trata de una contienda fácil, ni para don Quijote ni para san Juan. El Reformador, caballero andante nocturno, advierte que “profunda es esta guerra …, porque la paz que [se] espera ha de ser muy profunda” (2N IX, 9; II, p. 555). Pero ya el alma del místico está en quietud, y de ahí que se desplace confiada--”a oscuras y segura”--por la “noche dichosa” y “amable más que la alborada”. Esta serenidad jubilosa en medio de las tinieblas jamás le será dada a don Quijote, que atraviesa su noche metafórica con los pelos de la cabeza erizados de terror y, como veremos, asumiendo una metafórica Triste Figura. 

V. Algo más sobre la noche oscura iniciática en la que combate san Juan de la Cruz.

La simbólica noche sanjuanística es purificadora, pero tiene una dimensión simbólica aun más profunda: para experimentar a Dios es necesario apagar--»anochecer»--los sentidos y la razón. A Dios se le experimenta cuando quedamos a ciegas de las coordenadas de este mundo corpóreo. El éxtasis transformante no se obtiene por la razón discursiva, que ha quedado obnubilada, es decir, «anochecida». 

Por más, la amada o alma simbólica del poema de la “Noche oscura” sanjuanística va encubierta--”por la secreta escala disfrazada”--para celebrar su secreta noche de bodas. La máscara tras las que se oculta la protagonista apunta hacia los abismos insondables de su identidad verdadera con más fuerza: a la culminación de su identidad auténtica, trascendida en Dios. El alma descubre que es infinita, como la noche sin límites que la encubre y la ciega a lo corpóreo. Ya lo dijo Nietzsche: “Todo lo que es profundo ama el disfraz. Todo espíritu profundo tiene necesidad de máscara”. 

Me he detenido en este disfraz, delator de la nueva identidad profunda que la Amada juancruciana adquiere en su peregrinaje porque también don Quijote asumirá una nueva identidad en medio de las sombras. Es decir, solemos anochecer los sentidos exteriores. Es Sancho quien le “devela” al amo su novedosa identidad caballeresca en medio de la noche oscura. El hidalgo surge como el Caballero de la Triste Figura porque cuando el escudero lo mira entre las sombras, a la luz de un hacha encendida, advierte que “tiene vuestra merced la más mala figura, de poco acá, que jamás he visto; y débelo de haber causado, o ya el cansancio deste combate, o ya la falta de muelas y dientes” (I, 9, p. 234). Es curioso que don Quijote, en una de las poquísimas batallas en las que ha triunfado fácilmente sin quedar apaleado, exhiba tan mal semblante. Ni se jacta de su triunfo, ni lo celebra. El “cansancio desde combate” parece haber minado su alma, y ese abatimiento entristecido se refleja en su semblante. Es que no ha sido un combate cualquiera: el hidalgo ha hollado el delicado terreno de la caballería espiritual. Se está midiendo contra el misterio de la Trascendencia. 

Como se sabe, los antiguos caballeros tomaban sus apelativos de sus victorias bélicas: “el de la Ardiente Espada”, “el del Unicornio”, “el de la Muerte”. Tanto se identifica el hidalgo con su nuevo estado de tristeza que promete hacer pintar en su escudo “una muy triste figura” que le sirva de emblema (I, 9, p. 234). Antes que Don Quijote, también Deocliano, en La historia del muy esforzado y animoso caballero don Clarián de Landanís, se hizo llamar el “Caballero de la Triste Figura”. Pero la pintura de su escudo lo que mostraba era una doncella de extraña belleza que en su gesto mostraba ser muy triste: “y en señal desto la una mano tenía en el corazón y con la otra limpiaba las ... lágrimas que de sus hermosos ojos corría”19. Curioso que don Quijote asuma una identidad caballeresca de dama. Pero otro tanto hizo san Juan, porque la retórica propia de la literatura espiritual siempre se refiere al alma en género femenino. De ahí que su alter ego literario en la “Noche” y el “Cántico” sea siempre una doncella. Pero las simbólicas “doncellas” que sirven de máscara distintiva a don Quijote y a san Juan presentan características muy distintas: una es “triste” en su “figura”, mientras que la otra no puede ser más feliz. “En amores inflamada” y “dichosa”, como la noche que la envuelve, termina su deambular nocturno “en el Amado transformada”. Comparte pues la “figura” misma de Dios, que le infunde su belleza abismal La “Triste Figura” no tiene cabida en este espacio místico jubiloso. Bien se lo sabría don Quijote de la Mancha. 

VI. San Juan de la Cruz, ¿espejo invertido de don Quijote?

Una vez concluida la aventura nocturna, a Don Quijote se le ocurre una idea peregrina--encararse con el “cuerpo muerto” del caballero yacente. Es decir, con el “caballero espiritual” san Juan de la Cruz, el cual, hecho codiciada reliquia, conservaría algo de la aureola sagrada propia de un santo. 

Cervantes dialoga de nuevo con el Palmerín de Inglaterra, pues en el capítulo 76 de la primera parte el caballero Floriano hizo otro tanto: levantó el paño negro que cubría los restos que los escuderos llevaban en andas, y descubrió un cuerpo horiblemente mutilado por los graves golpes recibidos en batalla. Queda movido a piedad y pregunta quién era el muerto caballero, que resulta ser, ya lo sabemos, Fortibrán el Esforzado. “Esforzado”, ya lo sabemos, también fue el simbólico caballero combatiente san Juan de la Cruz. 

Parecería entonces que don Quijote, remedando a Floriano, quiere conocer la identidad del “muerto caballero”. El hidalgo se dispone a mirar el cuerpo, como si quisiera medirse con su dueño y reconocerse en su simbólico espejo caballeresco. El momento es propicio, ya que la litera con los restos ha quedado abandonada por los clérigos en fuga. El Caballero de la Triste Figura tiene el campo abierto para el encuentro sin par. El narrador sugiere la sed de misterio del protagonista: “Quisiera don Quijote mirar si el cuerpo en la litera era huesos o no” (I, p. 236). ¿Qué es esto? ¿Don Quijote de la Mancha curioseando reliquias? ¿Querría cotejar el anacrónico hidalgo andante la santidad del “caballero” observando su reliquia corpórea “incorrupta”? Resulta incongruente que don Quijote se constituya en un simple catador de huesos abandonados. Al tender su mirada hacia el “muerto caballero”, lo que el manchego realmente hace es auscultar los misterios inescrutables de la muerte20, del trasmundo y de la santidad. Aun más: al enfrentarse con san Juan de la Cruz, se está midiendo con la santidad del «caballero» místico «a lo divino». Don Quijote se enfrenta pues con los límites de su propia caballería andante. 

Pero el reto es excesivo y Don Quijote no lo acepta. La magnitud de esta particular aventura parecería avasallarlo. Sancho, convertido en el “amo” de su voluntad, impide el encuentro ontológico: recuerda al hidalgo que ya están a salvo; que los enlutados ha sido vencidos y que el hambre carga. Sancho apuesta a este mundo, no al otro. Don Quijote, que había vencido con tanta rapidez sobre sus “adversarios” eclesiásticos, resulta vencido ahora por la “sanchificación” a la que lo somete su propio escudero: “pareciéndole que Sancho tenía razón, sin volverle a replicar, le siguió”. Asombroso pero cierto: don Quijote, silenciado, parecería aquí medir su propio yo mejor con Sancho, hambriento de espesa vida corpórea, que con el muerto caballero de la litera. Es en este momento que gana de verdad su sobrenombre de “Caballero de la Triste Figura”. Es un derrotado triste en el orden espiritual. 

No supongo mucho. Ha sido el mismo don Quijote quien, en la segunda parte de la obra, y tras observar unos santos tallados en relieve, acepta humildemente su lugar supeditado ante el misterio de la santidad. Al llegar a la talla de san Jorge, advierte que fue uno de los mejores caballeros de la “milicia divina”; san Martín, que partió su capa con el pobre, le pareció que era otro de los “aventureros cristianos”21; Santiago Apóstol fue para él “uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene agora el cielo” (II, 58: pp. 472-3), mientras que san Pablo, por su parte, fue “caballero andante de por vida”. En el imaginario de don Quijote, los santos son caballeros, como lo sería el anónimo caballero rodeado de curas cuyos huesos santos no osó mirar. Parecería que ahora que el hidalgo se siente listo para admitir la inferioridad de la caballería andante que profesa frente a la caballería celestial: “estos santos y caballeros profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas; sino que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino, y yo soy pecador y peleo a lo humano” (II: 58: 471)22. Don Quijote es pues un caballero del mundo, no del cielo; un pecador, no un santo; un guerrero del día, no un combatiente espiritual en la noche oscura.  

El episodio del “cuerpo muerto”, calcado del traslado histórico de los restos de san juan a Segovia, es de una riqueza literaria inesperada. Cervantes rinde tributo no sólo a las novelas de caballerías al uso, sino a la caballería andante espiritual, que pareció conocer muy de cerca. Como conocería también los deliquios ascético-místicos del fraile de Fontiveros. Con ese rico bagaje literario, el novelista confiesa entre líneas los límites de la caballería andante quijotesca. Hay otras caballerías más altas, que el hidalgo manchego no habrá de alcanzar jamás. Por eso no osó medirse cara a cara con san Juan de la Cruz, un auténtico caballero de la milicia celestial. 

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Notas

[1]  “Las palabras citadas las expone el padre Francisco de San Hilarión, que depuso en la beatificación del santo. Fernández Navarrete (1819: 78-89) cita con variantes de las palabras del primer hombre que interrumpe el séquito: “¿adónde lleváis el cuerpo del Santo? Dejadlo donde estaba...”. También explica el estudioso que cuando los guardias intentaron acallar al segundo vociferante con dinero, “hallaron que había desaparecido” (ibid.).    

[2] Cito por la edición del Quijote de Andrés Murillo (1991) y en adelante indicaré el volumen y la paginación.   

[3] Para bibliografía extensa en torno al capítulo XIX del primer Quijote, cf. Jaime Fernández 1995 y 2008. 

[4] Rodríguez Marín (1949) se sirve de un extracto del capítulo XVI de la Historia del Venerable Fray Ivan de la Cruz, primer descalzo carmelita de fray Jerónimo de San Joseph (1641).      

[5] Gerald Brenan (1974: 101-102) especifica que se trata de “un brazo, un pie y algunos dedos”. 

[6] Fray Basilio Ponce de León defendió al Reformador post-mortem de estas y otras acusasiones.      

[7] Sobre la tradicional estantigua, cf. Redondo (1983 y 1998) y Alvar (2009).   

[8] Sobre el miedo de ambos personajes, cf. Goyanes 1932   

[9] Iffland (1995: 255) extiende su observación en torno a la importancia de esta noche al capítulo XX, en el que don Quijote y Sancho, todavía en medio de la oscuridad, escuchan un ruido de agua. Eso nos lleva a la “fonte que mana y corre / aunque es de noche” y aun a la “cristalina fuente”, de san Juan de la Cruz, que al tener “semblantes plateados”, surge necesariamente en medio de la noche. Es difícil pensar, en efecto, que no haya en estos capítulos un diálogo intertextual consciente por parte de Cervantes con san Juan. 

[10] Curiosamente, esta excomunión hermana a don Quijote con san Juan de la Cruz, ya que él fue excomulgado varias veces por su propia Orden carmelita en vida. 

[11] Sobre la excomunión de don Quijote, cf. Lumbreras 1952.  

[12] Algunas de estas semejanzas han sido apuntadas por Martín de Riquer (1962 y 1967), Luis Andrés Murillo (1978) y Avalle Arce (1979), entre otros.  

[13] Modernizo las grafías para facilitar la lectura.  

[14] Sobre este libro luliano, cf. Johnston 1990. 

[15] Los estudiosos oscilan entre Cifar y Zifar. 

[16] Mallorquí-Ruscalleda (2016) apunta a la posible autoría del canónigo de Toledo Ferrán Martínez. Para cuestiones de autoría, cf. también la edición del Libro del caballero Zifar de Cristina González (1983).  

[17] La identidad de estos dos frailes descalzos aun nos elude, aunque algunos piensan que al menos uno de ellos pudo haber sido el franciscano san Diego de Alcalá. El proceso de beatificación de san Juan de la Cruz no se había incoado aun, aunque no era difícil anticipar que comenzaría en breve, dada su fama generalizada de santo. 

[18] Cito por la edición de la Obra completa de san Juan de la Cruz que hice en colaboración con Eulogio Pacho (tercera edición, 2015). En adelante indicaré el libro, capítulo y apartado de las obras citadas, así como el volumen y la página de dicha edición. 

[19] Cito por las anotaciones que hace Luis Murillo (1978) en la nota 18 de la edición del Quijote que vengo manejando.  

[20] Sobre el tema, véase H. R. Patch (1956) y, para bibliografía adicional, consúltese Carlos Alvar (2009).  

[21] Cervantes trata la escena con sorna, ya que don Quijote comenta que san Martín habría dado al pobre nada más que la mitad de su capa porque era invierno.  

[22] Iffland (1995:265) cita este pasaje en la nota 9 a pie de página.